jueves, 19 de diciembre de 2013

No es nada


El lunes por la mañana mientras cortaba el pan para el desayuno se seccionó parte de la yema del dedo anular. Sangraba mucho y su marido le recomendó que fuera el médico. No te preocupes, no es nada, le dijo ella. Al día siguiente, al despertarse, comprobó que las sábanas estaban húmedas por la sangre que había perdido. El dedo no paraba de sangrar y se encontraba muy débil. Cuando su marido llegó del trabajo la encontró muy descolorida y le dijo, cariño, ¿qué tienes? Estás muy pálida. No te preocupes, no es nada, le contestó ella. El miércoles la herida de su dedo seguía manando sangre y estaba tan mareada que le parecía que flotaba. Su marido insistía. Creo que debería llamar al médico. No te molestes, no es nada, musitó. A la mañana del siguiente día ya no pudo levantarse de la cama y la mano del dedo herido colgaba inerte sobre un caldero, colocado debajo para recoger la sangre que seguía fluyendo. El jueves se sintió incorpórea y a su marido, cuando volvió a casa, le costó trabajo encontrarla entre las sábanas. De la herida de sus dedo sólo caían pequeñas gotas que estallaban en el cubo. Al atardecer de un viernes neblinoso la enterraron.  

miércoles, 18 de diciembre de 2013

La línea del mar


Era uno de enero. Tenía seis años y estaba desayunando. Recuerdo el sabor del chocolate caliente y su textura ondulante cuando yo lo revolvía con la cuchara y los churros humeantes, recién salidos de la sartén, que recibían una lluvia de azúcar de la mano de mi madre. Mi padre, como todos los años, quitó el almanaque que había colgado detrás de la puerta de la cocina y puso uno nuevo. La foto de una gata con sus gatitos en un cesto de mimbre y el anexo del mes de diciembre del año mil novecientos setenta fue tirado a la basura. En su lugar colocó un nuevo calendario. Este era diferente al anterior pues se trataba de un gran póster dividido en dos secciones. En la parte superior, una foto de un paisaje y en la inferior, todos los meses del año. Así pues teníamos a la vista todos los meses, desde enero a diciembre, del año en curso sin tener que arrancar ninguna hoja para ver el siguiente. Pero lo que llamó mi atención, aparte de este nuevo formato, fue la foto. Una estrecha franja de arena, un mar calmo y azul que se perdía hasta enlazar en la línea del horizonte con un cielo también azul, pero en este caso de un azul desvaído, sin la luminosidad y la nitidez que tenía el azul del mar. Y fue la visión de esa línea donde se juntaban los dos tonos, ese confín ilusorio del que yo intuía que tenía que terminar en algún lugar, el que me hizo preguntar.
-Papá ¿qué hay después del mar?
-Tierra, hijo, después del mar hay tierra.
-Ya, pero es que ahí no se ve.
-Es que eso es una foto.
-Y que mas da que sea una foto, si después del mar hay tierra tendría que verse y...
-Bueno hijo, ya está bien, en la escuela se lo preguntas al maestro y el te lo va a explicar mejor que yo.
Pero el maestro tampoco logró convencerme, aún mostrándome en el globo terráqueo la distribución de los mares y las tierras, los hemisferios, los polos y el ecuador. En mi cabeza sólo había aquella línea que partía la superficie del mar en su unión con el cielo y al otro lado, al asomarnos, veríamos un abismo sin fin y yo quería conocer lo que había en aquella sima. Ante mis argumentaciones las respuestas eran siempre las mismas. No había nada que conocer, ya que no eran sino quimeras sin fundamento científico alguno lo que yo pretendía, pues el mar no estaba cortado en ningún punto del orbe terrestre. Me dediqué a viajar y recorrí todos los mares y océanos buscando el final de aquella recta divisoria hasta que un día, por fin, encontré el abismo que había tras la línea del mar. Sin dudarlo me lancé hacia aquella fosa de la que brotaban luminiscencias rojizas. Mientras descendía, pude ver en sus paredes de roca purpúrea ojos sin pestañas de diferentes colores, que se abrían y se cerraban, manos que rotaban sobre la muñeca adosada a la roca mientras sus dedos largos y filiformes adoptaban posturas inverosímiles, y orejas de diferentes tamaños, las más grandes surcadas en su zona carnosa por un entramado de venas rojizas y azuladas y las más pequeñas con una telaraña de pelos que crecía y las iba cubriendo casi por completo. En mi descenso a veces podía sujetarme a unas lianas de textura viscosa y color verde claro, que salían de unos bulbos negros que estaban adheridos a la roca. Cuando por fin llegué al final, mi cuerpo fue recibido por una arena de consistencia líquida en la que me fui hundiendo lentamente. Tras un tiempo que no puedo calcular y en el que parecía gravitar en una sustancia gelatinosa, aparecí en una llanura de tierra marrón oscuro. Unas zonas aparecían horadadas por cráteres de cuyas bocas de diferentes diámetros salían múltiples lenguas parduzcas que, tras depositar en el aire un olor pestilente, volvían a introducirse en las fauces de las que habían salido; otras estaban pobladas por túmulos de distintas alturas, unos troncónicos, otros tubulares, pero de todos ellos y a través de unos agujeros abiertos en su base a modo de anillos concéntricos, salía un humo negro. El cielo no existía pues lo que veían mis ojos era una maraña de tentáculos pulposos que desprendían un líquido amarillentos y pegajoso, que al entrar en contacto con las lenguas parduzcas que salían de los cráteres se convertían en enormes huevos estriados, antes de estallar y quedar diseminados como migas sanguinolentas sobre la tierra marrón oscura. Oleadas de moscas negras con rabos grises recorrían el aire y emitían un zumbido afilado que perforaba mis oídos y sentía el mismo dolor que estoy sintiendo ahora, como si de un momento a otro mi cabeza fuera a estallar. Ellos saben lo que necesito para que esta tortura termine y pueda de nuevo continuar mi viaje, pero lo único que me ofrecen es al hombre de la bata blanca que viene a escucharme todas las semanas.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Extras


No me vendrá nada mal el dinero. Con esto y la limpieza de los portales los fines de semana le pago la ortodoncia a Sara. Y con un poco de suerte, si su padre me envía la mensualidad me llega para las clases de inglés. Aunque si le pago la ortodoncia tendré que olvidarme del gimnasio durante un par de meses. ¡Uf qué frío! A ver si esto se termina pronto y nos marchamos. ¿Y el tipo ese de la cazadora de cuero? Me está poniendo nerviosa. Qué forma de mirarme. Me siento como si estuviera desnuda, hasta el hígado, creo, que ya se imagina. Pues hoy, dadas las circunstancias, voy discreta. Con esta faldita negra entallada y la camisa de rayas blancas y negras abrochada hasta el penúltimo botón no se pone ni Robinson Crusoe. Aunque quizá estas medias de encaje sobraran y los tacones de aguja puede que no sean los más acertados, pero es que de color negro no tenía otros y pensándolo bien la falda quizá sea un poco corta...
Vaya buena que está la tía esa y lo está pidiendo a gritos. ¿Qué será del difunto? ¿La hija? ¿La nieta? ¿La esposa? Aunque ahora que recuerdo en la esquela no aparecían ni hija, ni nieta ni esposa. ¿Y ese de la gabardina gris? Pinta de matón si que tiene o de policía camuflado, de la secreta. Me está agobiando, tanto mirar alrededor, como si de un momento a otro fuera a salir alguien de detrás de una lápida. Bueno y a mí que coño me importa. Al fin y al cabo yo estoy aquí por lo que estoy. Con esto y lo que saque de la donación de semen me compro la Kawasaki de segunda mano del taller de Manolo. Y a esa la entro nada más terminar el velorio, que ya me mira encelada, que la veo yo...
Estoy seguro, a ese lo enviaron para cobrar. Y si no pago ya sé lo que me espera. Hace una semana que se me terminó el plazo. La pistola seguro que la tiene en el bolsillo interior de la cazadora, por eso mete la mano ahí dentro cada poco. Si ya me lo decía mi difunta madre, hijo, deja de jugar, que eso sólo te traerá problemas. Pero no puedo, es algo que se te mete en la sangre, te la emponzoña y ya no vives nada más que para eso. Y con esto ¿qué soluciono? Ni la cuarta parte de lo que debo. ¡Ay! Lo que yo daría por volver a tener los años de esa chiquita rubia. ¿Será la nieta del finado? Porque triste parece que lo está...
Si sumo lo de hoy, las tardes cuidando al vejete y un par de polvos en el club de Chus, me pago la matrícula. ¡Puta vida esta! Sin beca, sin trabajo, porque ya ni de camarera, desde que llegaron los sudacas y reventaron al mercado, nada de nada, que por cuatro cuartos se desloman. ¿Y estos tres? ¿Serán familia? O ¿estarán como yo? Quién me iba a decir a mi que para sacarme unas pelas iba a trabajar de extra en un entierro... Tipo raro este que después de muerto paga por la compañía.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Mala suerte

La primera vez intentó ahorcarse, pero la cuerda se rompió en el momento que pegó la patada a la silla y su cuerpo quedó suspendido en el aire. Otro día tomó pastillas y un violento e inoportuno ataque de tos le hizo vomitarlas. Una semana más tarde metió la cabeza en el horno de la cocina y abrió el gas. Cuando despertó, comprobó desolado que sólo consiguió quedarse dormido, pues la bombona estaba terminándose. En el cuarto intento se tiró por la escalera, se rompió un brazo, la cadera, la pelvis y varias costillas. Tras varios meses en el hospital lo devolvieron a la residencia. Dos días más tarde, por la noche, le dio un ataque cardiaco. Su vecino de habitación llamó a la cuidadora que avisó a los servicios de emergencia. Lo sometieron a una reanimación cardiopulmonar durante media hora y le salvaron la vida. Hoy vegeta en una silla de ruedas. No habla, no se mueve, no saben si oye, si ve, pero de su ojo derecho mana constantemente una lágrima que, a lo largo del día, forma un pequeño charco.