viernes, 14 de marzo de 2014

Nadie es imprescindible




Se instaló una mañana del mes de abril, cuando fue a recoger un calcetín que le había caído. El vecino del primero, muy amablemente, la dejó pasar para recogerlo. Una vez allí decidió quedarse. Era como el útero materno, cálido, confortable, seguro, aislado del mundo. Se alimenta de la comida que los vecinos, tan caritativos, le lanzan desde las ventanas y bebe el agua de la lluvia que se cuela por el agujero del tejadillo del patio interior. Al principio, él la llamaba pidiéndole que volviera. Luego se asomaba a mirar, para ver si ella seguía allí. Últimamente ya ni eso.