jueves, 10 de abril de 2014

Tragos


 

A través de las ranuras de la persiana mal cerrada se colaba la sucia claridad de un día gris. Al lado de la cama una silla de ruedas. El hombre estiró los brazos y un bostezo ronco salió de su boca maloliente y escasa de dientes. Se incorporó, colocó una mano en un brazo de la silla, luego la otra, cogió impulso y se sentó. Sus piernas muertas quedaron encabalgadas en el borde de la cama. El hombre cogió una, después la otra y las colocó en los reposapiés. El chirrido de las ruedas, al desplazarse por el pasillo hasta la cocina, hirió el silencio. En el reloj de la pared, las seis pesaban densas en el bochorno de la tarde de agosto. El hombre rezumaba sudor a través de la camiseta de tirantes agrisada por el uso. Salió a la calle y por la acera, siempre pegado a los muros de los edificios, buscando la parca sombra, llegó a la taberna.
Al entrar la amalgama odorífera del sudor antiguo y el alcohol se le metió por cada uno de los poros de su piel, pero indemne, tomó posición al lado de la barra y pidió la primera copa. A su lado dos putas doloridas conversaban. Un poco más allá, un viejo sin dientes bebía tragos apurados de un vaso con un líquido color ambarino. Un yonqui antiguo, sentado en un taburete de madera con la espalda apoyada en la pared, se consumía en un rincón. Una mujer gorda con un ajustado vestido de color rojo, que modelaba sin pudor sus rollizos pliegues, y un escote que dejaba al aire parte de sus inmensos pechos, se sentó en el alto taburete que había a su lado. Al rato, la colonia barata que llevaba y el olor de su carne espesa lo aletargó y se quedó adormilado. Cuando despertó ya era de noche y las luces amarillentas del local estaban encendidas. Dos hombres discutían en una esquina por una deuda de juego. Una de las putas metía su mano en la bragueta del viejo sin dientes, la otra sacaba su lengua y se la introducía en la oreja a un hombre de torso esquelético y nariz rota que metía monedas en la máquina tragaperras.
-¡Antonio saca al lisiado a la calle que el jodido, hoy, nos vomita dentro!
En la noche, el violento maullido de los gatos en celo se mezcla con el grito despavorido de una mujer. La lluvia que comienza a caer esparce las heces de la calle y limpia el vómito del hombre de la silla de ruedas.