martes, 30 de septiembre de 2014

Un consejo

Se sentía como una contorsionista que no controlaba los movimientos de su cuerpo. Sus brazos se balanceaban y parecían buscar afanosamente algo invisible que se encontraba en un suelo irreal, pues sus ojos no percibían sino una superficie ondulante, hueca, unas veces opaca y otras traslúcida. La cabeza se le iba en pos de aquella nebulosa en la que flotaban sus manos y la boca, deformada en un rictus grotesco, incontrolable, boqueando en un reguero de saliva que se desliza por la comisura. Y en la niebla zigzagueante la imagen distorsionada de la mujer vestida de blanco que se confundía con la pared blanca y que se empeñaba en colocarle los pies en los estribos de la silla de ruedas donde la habían sentado, y el otro tipo de la bata blanca y las gafas redondas, con unos ojos tan saltones que parecían dos enormes canicas azules a punto de saltarle encima. 
-Dime ¿qué te tomaste? ¿Lexatin?
Ella escucha las palabras del tipo que se deslizan morosas en el murmullo de la sala y su boca se abre y se cierra indecisa, insumisa a las órdenes de su cerebro.
-A ver ¿cuántos lexatines te tomaste?- insiste.
Intenta contestarle pero la lengua pastosa se le hincha como un bulbo gigantesco y le queda colgando, perezosa y dormida sobre el labio inferior.
-Mira, te voy a dar un consejo, lo mejor es el tren -le dice el tipo de la bata blanca.
-Yaaa..., pero es que... que... duele. - le dice ella con su voz de gelatina.
-Ah, no te preocupes por eso, nadie vino a decirme que doliera.- 
Y antes de quedarse dormida le pareció oir el clic clic de los ojos canica del tipo botando en el suelo.