jueves, 20 de noviembre de 2014

El perro y Miguelín


El patio de la escuela es de tierra apisonada y en la hora del recreo Miguelín, que está sentado en el tronco cortado de un árbol, come a pequeños mordiscos el bocadillo de mortadela. Cuando sólo queda un pequeño trozo entre sus dedos, lo desmigaja y guarda las migas en el bolso del pantalón. Se levanta y se une al grupo que juega a la pelota. Un traspiés lo hace caer de bruces y lágrimas silenciosas ruedan por su rostro al sentir el dolor lacerante de sus rodillas despellejadas.
En el jardín de la casa, que hay cerca de la escuela, el perro viejo dormita al calor decadente del otoño. Las hojas secas, arrastradas por el viento tranquilo, se arremolinan a su alrededor y será sólo cuando una de ellas le roce la nariz que despierte de su letargo. Husmea el aire con su nariz negra y húmeda, más por costumbre atávica que por lo que en realidad ya olfatea, y en la comisura de sus ojos viejos, allí donde se acumulan legañas antiguas, el color de su pelambre es más oscura y asemeja unas marcada ojeras. A veces, al agitarse su respiración, estira hacia atrás la parte superior de su hocico canoso y enseña unos pequeños dientes, amarillentos y solitarios, en la parte delantera. Le parece sentir un ruido vibrante y agudo y levanta la oreja izquierda, ya que del oído derecho hace tiempo que está sordo. Es la sirena que anuncia la salida de la escuela. El perro se levanta con dificultad y con sus ojos turbios de cataratas busca la portilla del jardín. Está cerrada y sentándose sobre sus cuartos traseros comienza a ladrar. Sus ladridos son quejumbrosos y secos y se detienen cuando una mujer sale de la casa y le abre la portilla. Entonces el perro se sienta delante de esta y espera. A los pocos minutos aparece Miguelín que le muestra sus rodillas lastimadas, le acaricia la cabeza y sacando del bolsillo del pantalón las migas del bocadillo, se las va dando. Cuando termina, le limpia las que han caído en su pechera peluda y se despide hasta el día siguiente. El perro, con su mirada opaca, ve la sombra borrosa del niño en pantalón corto que cruza la calle y cuando lo pierde de vista, atraviesa la portilla y vuelve a tumbarse en el jardín.