martes, 24 de noviembre de 2015

Un clamor de pájaros tristes





“Desde tu muerte no ceso de escuchar ese clamor de pájaros tristes que me acompaña siempre. A veces pienso que voy a volverme loco, aunque quizá ya esté loco y es que esta locura comenzó el día que te conocí. Fuiste a la librería a pedirme que te firmara el libro, envuelta en la bruma del otoño que se colaba por las cristaleras del escaparate. Y del color del otoño eran tus ojos y de la urdimbre de la bruma tu piel. Me diste las gracias y te fuiste. Te seguí por calles invadidas de hojas secas y durante días fui a esperarte hasta que una tarde me viste en el café, delante de tu portal; una sonrisa, unas palabras de sorpresa, una cita para otro día. Cuando no estabas conmigo te seguía sin que me vieras, me convertí en tu sombra y comencé a maldecir a todo aquel que te hablaba, que te miraba. Por ti y para ti compré la casa del acantilado, lejos de todo y de todos. Aquí fuimos felices, solos, tú y yo. Fuera las olas del mar que subían y bajaban por las piedras del acantilado y los pájaros mirándonos desde las ramas del árbol. Un día me dijiste que te aburrías, que estabas harta de aquella vida, que te angustiaba el sonido del faro, que te asustaban los ojos de los pájaros del árbol. Cuando te vi preparando la maleta no quise dejarte marchar y ahora estás ahí, debajo del árbol de los pájaros, acompañándome.