jueves, 14 de diciembre de 2017

Culos



Pasó a su lado como todas las tardes y como todas las tardes a lo largo de las semanas, los meses y los años fue la misma presencia transparente y anodina que se deslizaba con la fregona, limpiando los suelos que ellos pisaban con sus zapatos de piel y ellas con sus finos zapatos de tacón. Se había acostumbrado a tener la misma textura que los cristales de las ventanas, la madera de las mesas o el acero de los ascensores. Sin una específica corporeidad cuando se interponía entre la ventana del piso catorce de aquel edificio con oficinas de abogados y sus ojos, seguían viendo lo que había detrás del cristal; al otro lado de la calle más edificios de oficinas, un poco más allá el parque y al fondo, el cielo que se unía con un horizonte irregular de urbanizaciones a diferentes alturas.
Pero esa tarde sucedió algo. Tenían una reunión tardía y la luz naranja del ocaso se colaba por las rendijas de las cortinas de lamas. Oyó las sillas al correrse y cuando giró la cabeza los vio de espaldas, levantándose, y sus culos, sólo sus culos, estaban desnudos, y había culos que eran tersos como la piel de los bebes, culos prietos, en tensión, culos fofos y macilentos, culos peludos, culos granujientos, culos con forma de embudo, culos escurridos, culos de luna llena, culos fondones, culos glamurosos, culos vergonzantes pero también culos altaneros, culos en pompa, culos graciosos pero también culos tristes…
Ella, agarrada a la fregona, se reía sin parar y de tanta risa que le daba tuvo que apoyarse en la pared mientras los veía de espaldas, caminando serios y circunspectos con sus culos desnudos hacia el ascensor. 



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