jueves, 13 de junio de 2019

No me gusta cómo me mira



El chico entra pegando un portazo que hace retumbar los cristales de las ventanas. Con una mano se quita la gorra que tira encima del sofá y con la otra se sujeta los pantalones de tiro hasta la rodilla que amenazan con llegar al suelo cada cierto número de pasos. En el salón busca con la mirada a su perro, Roko, y lo halla, relamiéndose satisfecho, en el centro de la estancia. Desparramadas por el suelo una toquilla malva, una zapatilla negra roída, los jirones de unas medias grises y una silla de ruedas vacía.
Lo había dicho desde el principio, desde el día que con tres meses llegó a la casa y con la furia desatada de la infancia se tiró a morder una de sus zapatillas y ella de un puntapié lo alejó. No me gusta cómo me mira, ¿qué dices abuela? ¡tonterías!. Sí, pero cuando salgas déjalo en la terraza con la puerta cerrada.
Hasta luego abuela y la voz del chico se pierde en la penumbra de las persianas semicerradas que acompañan la duermevela de la anciana sentada en la silla de ruedas. En la terraza el pitbull Roko se afana por abrir el resquicio de la puerta de la terraza que ha quedado sin cerrar.

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