El ángel apolíneo
Amanece
y el ángel apolíneo encaramado en el tímpano de la puerta del
cementerio extiende sus alas
blancas. La niebla, agazapada sobre lapidas y nichos, espera al
mediodía para mutar en transparencias.
El primero en llegar es el enterrador que alterna el doble oficio de
sepulturero y oficial
de mantenimiento del camposanto. Abre las puertas y a los pocos
minutos la gravilla de los caminos
cruje con las pisadas de los visitantes. Olor a flores de muertos,
por los muertos y para los muertos
se suceden en la mañana de otoño. La mujer anciana rodeada de sus
hijos deposita su ramo sobre
el panteón de mármol blanco. Cuando se endereza su mirada se tuerce
a la izquierda. Guarda la
compostura cuando ve a la mujer del abrigo negro entallado en una
cintura aún fina y unas piernas
largas vestidas de luto y solo el cristo crucificado de la losa oye
el bisbiseo de sus labios,”la
muy puta, ni hoy respeta nuestro dolor, Prudencio, cuanto daño nos
hiciste y sin embargo, aquí estoy,
a pesar de todo”. Un poco más allá, la mujer madura con el
concienzudo peinado escarola llora
lagrimas clamorosas ante la tumba de granito negro con pequeña
cúpula gótica, mientras un apuesto
joven de mirada descarada, bragueta fácil y vida cómoda, la espera
aburrido unos metros detrás.
Palabras como serpientes silban entre las sepulturas.” Mírala hace
cuatro días que enterró al
marido y ya tiene un amigo, y de que te extrañas, dicen que siempre
los tuvo. Hoy no vino el marido
de Antonia, cómo va a venir si está en Benidorm ¡ay el muerto al
hoyo y el vivo al bollo!, ¿te
has fijado cómo envejeció Sagrario? pues claro, es ese hijo
drogadicto que va a acabar con ella y anda que poco pelo le queda ya
a Jesús, qué entradas, je je je, son para dejar sitio a los cuernos que
le van a empezar a salir.” Un perro de pelo hirsuto y ojos
amarillos surge al mismo tiempo que el
cura que viene a decir la misa. Huele aquí y allá, gruñe y enseña
los dientes a todo el que intenta acercarse
para echarlo, hasta que la mujer del abrigo negro entallado lo ve, sus
miradas se cruzan, el perro
menea la cola y lame la mano que suavemente lo conduce hacia la
puerta. El sacerdote oficia la
misa de difuntos, la niebla vuelve, la gravilla cruje con los pasos
que se marchan, el perro de ojos amarillos
permanece al lado de la puerta, la mujer de las medias negras espera
a su lado y cuando llega
el coche negro, ambos se suben. El ángel apolíneo baja la cabeza y
cierra sus alas blancas.
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