Lecturas




En el marco espacial de una naturaleza árida y hostil la historia de una huida, o tal vez de una liberación, o bien una necesaria huida para esa posterior liberación de algo terrible que atormenta al personaje.
El protagonista, un niño, que se esconde en un hoyo hasta que pasado un tiempo decido salir y emprender el camino hacia no sabe donde, pero ante todo lejos de su pueblo, de su familia, de las personas que lo buscan. Es la fuga hacia un futuro incierto, pero teniendo presente al pasado como elemento inductor.
 Ya en las primeras líneas el trazo de un entorno brutal y violento.

Allí sólo había galgos......Flameaban líneas rojas en sus costados como recuerdos de las fustas de los amos. Las mismas que en el secarral sometían a niños, mujeres y perros.” 
 Y la lectura continuará desasosegante y despiadada en el retrato de los personajes, sin concesiones.

“Entonces pensó en su padre y lo imaginó dando explicaciones a unos y a otros. Lo vio, como tantas veces, fingiendo desamparo....."
“Un torrente invisible que arrastraría a las mujeres de la aldea hasta remansarlas en torno a la madre, arrugada como una patata vieja, tendida lacia sobre la cama.”
“La estampa del padre, solícito y servil, volvió a su mente en compañía del alguacil. Una escena que, como ninguna otra, provocaba en su cuerpo desórdenes de todo tipo.”
  La narración que se articula en una serie de episodios terribles; el sufrimiento del niño durante el tiempo que permanece escondido en el hoyo, el martirio a que lo someten sus perseguidores cuando intentan quemarlo, la paliza que recibe el viejo cabrero, el tullido de la posada que lo delata y que luego será torturado y muerto por aquellos mismos a los que delató al niño, el envenenamiento del agua del pozo con la cabeza decapitada del macho cabrío... La ausencia de moral, la deshumanización, como la sequía, están presentes a lo largo del relato.
  Sólo encontraremos piedad y retazos de humanidad en su encuentro con el cabrero. Su relación que comienza asentada en la desconfianza pasa a la necesidad de ayuda para sobrevivir, primero por parte del niño en su aprendizaje de la subsistencia y luego del cabrero, en su lenta agonía. Pequeñas anécdotas con los animales, el perro, el burro, nos hablan de que el niño aún no es partícipe de esa crueldad extrema que lo rodea y el ejemplo que recibe del viejo pastor quizá sirva para su redención futura.
 No hay nombres, ni de personas, ni de lugares, tampoco referencia temporal y esta omisión hace que los hechos que nos cuenta ocupen toda nuestra atención. De ahí esa desazón que nos acompañará a lo largo de la narración.

A pesar de la brutalidad de los hechos que se nos narran, el lenguaje utilizado alcanza en determinados momentos un lirismo que no quita ni un ápice de crueldad a lo que se nos cuenta. La poesía y en determinados momentos una ternura sutil no menoscaban la esencia trágica del argumento.  
Y siempre la referencia a esa naturaleza implacable que, a pesar de hallarnos siempre al exterior, nos agobia como si se tratara de un espacio cerrado, sin salida.
“Delante de él, el llano se sacudía el sufrimiento que el sol le había causado durante el día, desprendiendo un olor a tierra quemada y pasto seco”.
La sed, el calor que quema y atormenta los cuerpos y las almas, que endurece los corazones y condiciona de una forma tan desoladora la vida de los habitantes.



Trilogía del mal de Ricardo Menéndez Salmón

 Compuesta de tres libros diferentes pero unidas por un nexo común, el estudio del mal y sus consecuencias. En el primero de ellos, “La ofensa” Ricardo Menéndez Salmón investiga sobre las posibilidades que la visión del mal tiene en la conciencia del individuo. En “Derrumbe” el mal se manifiesta en los sueños, como una pesadilla presentida que luego se hace presente en los actos y finalmente en “El corrector” este se convierte en el referente principal y absoluto.






Dividida en tres partes narra el efecto que produce en la conciencia de un sastre alemán la visión del mal. En la primera parte titulada “La bestia rubia” la narración se articula alrededor de la vida cotidiana del sastre hasta que tras la visión de una matanza en la Bretaña francesa queda insensible a todo tipo de sentimiento. Y ya es aquí donde se nos plantea la idea central del libro. ¿Cómo puede reaccionar un ser humano ante la visión del horror?¿Cómo se puede sobrevivir? Las respuestas son varias. Huyendo de la realidad, la mente se bloquea y se refugia en un mundo ficticio, pudiendo llegar a la locura. Enfrentándose a ella e intentando asimilarla. Rebelándose. Entrando en un estado de sock tal, que perderá la capacidad de experimentar cualquier tipo de sentimiento. Y esta pérdida de sensibilidad ¿qué lectura tiene? ¿Se trata de una huida o de una rebelión? Cuestiones todas ellas que Ricardo Pérez Salmón va planteándonos a lo largo de una narración no por ella complicada.
En la segunda, denominada “Una educación sentimental”, la acción transcurre en un hospital francés donde un doctor y una enfermera, que posteriormente se convertirá en su compañera, tratarán de curar la extraña dolencia que sufre.
En la tercera “Esta lágrima contiene un mundo”, el protagonista se halla en Londres. Tiene un nuevo nombre, otro empleo y una nacionalidad diferente. En esta última parte el pasado cobra una importancia decisiva en el desenlace final de la novela. Y en torno a este pasado y su protagonismo otro interrogante ¿qué papel tiene el azar en la vida de los individuos? O ¿es la voluntad del sujeto la que guía el curso de los acontecimientos? Y esto nos llevará al libre albedrío del individuo. ¿Existe? ¿Elige el sujeto su propio destino o está ya predeterminado? ¿La libertad de elección es ilusión o realidad?
Y para terminar esa bella frase en la que el autor ahonda sobre el valor simbólico que puede tener una lágrima.

“Después Löwitsch se irguió trabajosamente, movió la lengua dentro de su boca como si estuviera degustando algún magnífico caldo, aceptó acaso que en aquella lágrima se escondía el sabor de un mundo perdido y se giró buscando a la anfitriona.”
Libro desasosegante por lo que plantea, cómo lo plantea y por las conclusiones que a través de sutiles interrogantes nos propone. Denso, por lo que es capaz de contarnos en tan pocas páginas e intenso, porque su lectura emociona y no deja indiferente. 





El mal, su desarrollo y consecuencias, estará presente en las tres partes en las que está estructurada la novela. Tres narraciones claramente diferenciadas, pero unidas por un nexo común, el terror, la sinrazón de determinados actos, que da cohesión a la historia hasta llegar al desenlace.
En la primera parte, “Mortenblau”, nos cuenta los crímenes cometidos por un asesino en serie y su posterior investigación por la policía. Los asesinatos son violentos, sádicos; el asesino ridiculiza al asesinado en un intento efectivamente conseguido de trivializar su muerte; se regodea y escarba en el dolor que causa. Y la aparición de un grupo pseudo-terrorista, denominados “Los Arrancadores”, cuyo fin es la búsqueda del terror en la sociedad mediante métodos tales como la introducción de agujas en los alimentos; un terror aleatorio e innominado que asusta más por ese componente de azar que tiene. El análisis de sus motivaciones que no son otras que el deseo de causar mal porque sí, porque son ricos, porque lo tienen todo, porque están ahítos de experiencias y se aburren.
En la segunda, “El mundo bajo la caperuza del loco”, se ahonda en ese componente aleatorio del terror mediante los ataques terroristas. Aquí cobra importancia Corporama, un parque temático sobre el cuerpo humano que existe en Promenadia, la ciudad imaginaria donde se desarrolla la novela. ¿La exposición de la fragilidad del cuerpo humano de esa forma tan descarnada, evidente y asqueante puede ser la que motive el sabotaje de los Arrancadores? ¿O se trata de un recurso engañoso que nos aleja de la motivación principal?, la trivialización del horror.

En la tercera parte, “Padres sin hijos”, se terminan las historias inconclusas. El asesino en serie decide entregarse. El descubrimiento de la personalidad de la hija de Valdivia a través de su relación con los Arrancadores, el científico que al mismo tiempo que observa padece las consecuencias de los hechos que se narran; el policía que persiguió al asesino en la primera parte de la novela, Manila, halla su papel en la trama y cierra este argumento circular. El mismo título de esta tercera parte que le sirve para ahondar en la relaciones y los vínculos que se establecen entre los padres y los hijos a través de estos tres personajes, Mortenblau, Valdivia y Manila.
El lenguaje cuidado, poético por momentos, no renuncia a la belleza, incluso para describirnos el dolor y el espanto.
Y una hermosa palabra para abrir la escenificación de unas reconfortantes imágenes visuales y de nuevo, esa misma palabra para cerrarla.

“-Paz- dijo.
Había visto dormir a su hija. La había oído respirar en su habitación, confiada a la noche y a sus sueños. Había visto dormir al pequeño en su cuna, ahíto de leche como un cachorro. Había visto dormir al terranova en su caseta.Yo, desde mi ventana, me esfuerzo por ver en toda su dimensión los objetos, pegando mi rostro al cristal sucio y colocando uno de mis ojos entre los intersticios de los barrotes, pero ni siquiera logro ver el tronco entero del castaño de Indias que hay en el patio.
-Paz- repitió.

Porque a pesar de todo ese horror el autor quizá trate de decirnos que sigue existiendo esa paz, aunque sólo sea en el sueño de los inocentes.    





En esta novela en autor nos sitúa en la perspectiva de un escritor frustrado, Vladimir, que actualmente trabaja de corrector y en un espacio temporal concreto, el 11 de marzo de 2004, día del atentado en la estación de Atocha.
El protagonista mientras revisa una traducción de “Los demonios” de Dostoievsky es informado del atentado y formando un paralelismo con el autor ruso en su obra, excava y ahonda en el pozo sin fin del terror. En este caso un terror real, vivido minuto a minuto y que dejará en todos aquellos que lo escuchan y lo ven a través de los medios de comunicación un poso imborrable, una huella indeleble y sangrienta, un dolor que está más allá del sentir humano, el mal absoluto llevado a sus últimas consecuencias.
El autor en boca del corrector, en las horas siguientes al atentado, mientras nos relata el alcance de la masacre, escucha atónito las diferentes teorías sobre la autoría de éste y emite su juicio.

“En aquellos terribles días el lenguaje fue vituperado, arrastrado por el fango y reducido a moneda de Judas entre toda nuestra clase política. Cómo maltrataron el lenguaje, cómo engañaron a sus usuarios, cómo sentenciaron a muerte nuestra dignidad, es algo que jamás tendríamos que perdonar. Y, sin embargo, lo hacemos”

También nos relata junto a su mujer, su editor y un amigo que, a pesar de todo, después de cada Holocausto, aún queda la poesía, el arte, la belleza.

“Nuestra vida, toda ella, desde que amanece hasta la hora del lobo, es una gran mentira, una sombra, un intenso simulacro. Fedor Dostoievski lo sabía. Albert Camus lo sabía. John Maxwell Coetzee, que ha escrito sobre el origen de Los demonios una estupenda novela, El maestro de Petersburgo, lo sabe también. Para habitar esa mentira, para reconciliarnos con esa sombra y ese intenso simulacro, para conciliar todo lo que sabemos con todo lo que podemos soportar saber, es para lo que existen cosas como la literatura.”

Y como bálsamo de las heridas o quizá como redención, el amor, ese amor circunscrito al pequeño espacio íntimo, cotidiano, que cura y cauteriza y puede ayudarnos a olvidar ese horror que nos rodea. Ese ámbito doméstico representado por la mujer del protagonista y ese hijo lejano y secreto, sólo conocido a través de fotos, y que quizá sustentan el argumento de la novela, pues sin esas referencias quedaría un tanto circunscrita a una crónica del terror, un ensayo sobre la maldad llevada a su extremo más inconcebible. 

“...y sólo acerté a apretar a Zoé contra mi pecho, como si así, con el latido de mi corazón en sus encías, mi mujer pudiera sentirse más amada, más venerable, más protegida que a través de cualquier palabra con la que yo me hubiera atrevido a nombrarla, a expresarla, a intentar apropiarme de ella.”   





                                                                                                                                                                                                                       
 El lector que en alemán, “Der Vorleser” significa literalmente “el que lee en voz alta” es una novela escrita por el profesor de leyes y juez alemán Bernhard Schlink. En 1998, El lector obtuvo el premio de literatura alemana Hans Fallada Prize y en 2008 el director Stephen Daldry dirigió la versión cinematográfica del libro, que fue nominada a cinco premios de la Academia.
 El autor comienza su relato en una ciudad alemana a mediados de los años cincuenta. Michael Berg, el protagonista, tiene quince años. Un día, cuando regresa a casa del colegio, se encuentra mal y una mujer lo ayuda. Se llama Hanna y tiene treinta y seis años. Meses más tarde, tras convalecer de una hepatitis Michael vuelve a casa de Hanna con un ramo de flores para agradecerle su ayuda. A partir de este momento se inicia una relación erótica un tanto atípica por el ritual que la precede. Antes de amarse, ella siempre le pide que le lea en voz alta fragmentos de Schiller, Goethe, Tolstoi, Dickens…

“…lectura, ducha, amor y luego holgazanear un poco en la cama, ése era entonces el ritual de nuestros encuentros.”

La relación se prolonga durante varios meses hasta que, un día, Hanna desaparece. La historia vivida con ella condicionará posteriormente su vida afectiva con otras mujeres.
 Siete años después, Michael, estudiante de Leyes, forma parte de un grupo que acude al juicio contra cinco mujeres acusadas de crímenes de guerra nazis y de ser las responsables de que trescientas mujeres judías murieran en el incendio de una iglesia, que había sido bombardeada durante la evacuación del campo de concentración que estaba a su cargo. Una de las acusadas es Hanna. Y será aquí, en el juicio, donde Michael conozca el secreto de Hanna, su analfabetismo y hasta donde será capaz de llegar para ocultarlo.
 La novela está estructurada en tres partes. En la primera conoceremos la relación entre Michael y Hanna a finales de los años cincuenta. La segunda se desarrolla a mediados de los años sesenta y se centra en el juicio en el que se condena a Hanna, y en el surgimiento de los interrogantes, las dudas y los miedos del protagonista.

“¿Por qué lo que fue hermoso cuando miramos atrás, se nos vuelve quebradizo al saber que ocultaba verdades amargas”

Y la tercera nos narrará el cumplimiento de la pena, la nueva relación que se establece entre Michael y Hanna y el desenlace.
 En el libro la relación sentimental entre los personajes es una excusa para llevarnos al tema principal, la responsabilidad sobre los actos cometidos y el sentido de la culpa. Y esta culpa entendida desde diferentes perspectivas; la culpa del adolescente por enamorarse de una mujer mayor, la culpa de Hanna por no abrir las puertas de la iglesia, la culpa del pueblo alemán como sujeto activo y también pasivo. Es una obra perturbadora porque conmueve, porque remuerde la conciencia cuando intentamos entender los motivos de Hanna, y porque nos hacemos preguntas que no son fáciles de responder, o que no queremos responder por lo terrible de sus respuestas. 

“¿Qué era la justicia? ¿Lo que decían los libros o lo que se imponía y aplicaba en la vida real? ¿O más bien lo que, independientemente de los libros, obligaba a cumplir el ordenamiento de la época?”

La novela que se articula en torno a los dos personajes, Michael y Hanna, ahonda en el estudio de la personalidad de ambos. Michael, el narrador en primera persona de la historia, condicionado en cierta forma por el “pecado” de su nacionalidad, al conocer el pasado de Hanna duda, se cuestiona sus sentimientos, debe posicionarse ante lo terrible de los hechos que conoce y aun así, tras la condena de Hanna, es capaz de establecer un vínculo con ella, convirtiéndose en la única relación que esta conserva. Hanna, personaje ambivalente, pleno de luces y sombras que nos hacen dudar en un vano intento de comprender las motivaciones de sus terribles actos.

“A veces me daba la sensación de que a ella misma le mortificaba su frialdad y su dureza.”

Hanna es acusada de la muerte de trescientas mujeres judías al no querer abrir las puertas cuando la iglesia es bombardeada. ¿Por qué no lo hace? ¿Por fanatismo? ¿Por desconocimiento? ¿Porque cumplía órdenes?

“…yo lo realicé, porque me había sido ordenado y no se me hubiera ocurrido la idea, de no obedecer a mis superiores.”

En el juicio asume unos cargos que no le corresponden por esconder que es analfabeta. Prefiere asumir una culpa sin condiciones antes que utilizar como eficaz defensa esta carencia.
Y tras su muerte Michael se entera de que durante su estancia en la cárcel había estado leyendo libros escritos por supervivientes del holocausto y muchos de estos eran sobre campos de concentración, y que le había hecho una petición, dar todos sus ahorros a la superviviente del incendio de la iglesia. Y surgen las preguntas ¿Por qué lo hace? ¿Había cambiado su punto de vista sobre los hechos vividos? ¿O en realidad nunca se había cuestionado la responsabilidad de sus acciones? ¿Está arrepentida? El trágico desenlace de su suicidio el día antes de su salida de la prisión ¿puede ser un acto de redención?
Sonia Fernández Castro en su estudio “Bernhard Schlink: El lector. Una perspectiva histórico-sociológica del Holocausto en la novela alemana actual” nos habla del drama colectivo del pueblo alemán de posguerra.
“En el acto de concesión del premio Hans Fallada, Schlink afirmó que el sentido de la culpabilidad del Tercer Reich y del Holocausto ha trascendido a tres generaciones, cada una de las cuales aparece reflejada en El lector.
La primera generación está constituida por Hanna, los padres del protagonista y la superviviente con su hija. La segunda está formada por Michael y sus compañeros de seminario, los cuales cuestionan su pasado e intentan analizarlo, y la tercera generación, en la que el sentido de culpa se disuelve, es el actual grupo de lectores de la novela.
El lector es una obra en la que las personas son culpables desde diversos puntos de vista y tienen que convivir con ese sentimiento en distintos ámbitos. Destaca especialmente la relación que se establece entre la culpabilidad individual y colectiva, y cómo casualidades individuales pueden influenciar toda una generación.”







La leyenda del Santo Bebedor, fue publicada por primera vez en 1939, pocos meses después de la muerte de su autor, Moses Josep Roth, un novelista y periodista de origen judío, nacido en el territorio situado entre Austria y Ucrania en 1984. Exiliado en París a causa de la persecución nazi, este libro es considerado como su testamento, como una metáfora de su propia vida condicionada por el alcohol.
El libro cuenta la historia de un clochard, Andreas Kartak, cuyo origen se corresponde con el del autor, las provincias orientales del Imperio Austrohúngaro, que encuentra una noche bajo los puentes del Sena a un extraño desconocido que le ofrece doscientos francos. Andreas no quiere aceptarlos, pero el desconocido le propone devolverlos, cuando pueda, a la santa Teresita de Lisieux, en la iglesia de Sainte Marie de Batignolles.
A partir de ese momento pondrá todo su empeño en la devolución de ese dinero a la santa, pero siempre es desviado de su objetivo; unas veces por la bebida, con las innumerables absentas, las mujeres, los amigos de antaño que aparecen para impedirle culminar su propósito, hasta llegar a un desenlace conmovedor donde, con esa frase final, nos invita a leer entre líneas .
" Dénos Dios a todos nosotros, bebedores, tan liviana y hermosa muerte."
 Para un estudio más exhaustivo de esta maravillosa obra y de la relación de su autor con el protagonista pinchar aquí, donde encontraremos un artículo sobre el paralelismo entre los episodios finales de la vida de Josep Roth y el clochar Andreas Kartak.






En persa “Sangue sabur” significa “la piedra de la paciencia”. Cuentan que está en la Meca y que millones de peregrinos dan vueltas a su alrededor contándole sus secretos, sus miserias, sus desgracias. El día que no le quepan más, explotará y tendrá lugar el Apocalipsis.
En la historia, localizada en un lugar indeterminado de Afganistán, en una ciudad en guerra que puede ser cualquiera, una mujer, de la que nunca conoceremos el nombre, permanece al lado de su marido que, tras recibir un tiro en la nuca en una reyerta, permanece en coma. La novela comienza con la descripción por una tercera persona del escenario inicial dónde se desarrollará prácticamente todo el argumento.
“La habitación es pequeña. Rectangular. Agobiante a pesar de sus paredes claras, color azul cian, y de las dos cortinas con dibujos de pájaros migratorios atrapados en el vuelo, sobre un cielo amarillo y azul.”
Las palabras utilizadas, pequeña, rectangular, agobiante, atrapados en el vuelo, nos transmiten ya esa angustia claustrofóbica que no se ceñirá solo a la descripción de la habitación. 
La mujer le suministra los cuidados necesarios para mantenerlo con vida; lo asea, lo alimenta a través de una sonda, y reza por su recuperación recitando los noventa y nueve nombres de Dios que marca el Corán. Este rezo sigue un ritmo que viene marcado por una serie de elementos.
“En la otra mano, la izquierda, sostiene un largo rosario negro. Desgrana las cuentas. Silenciosamente. Lentamente. Siguiendo la misma cadencia que sus hombros. La misma cadencia que la respiración del hombre.”
De nuevo las palabras para sumirnos en esa simetría monótona de una actividad que será realizada por la mujer a lo largo de varias páginas y que nos oprime en su sinsentido, como terminará haciéndolo con ella. 
“No puedo más...” “De la mañana a la noche, recitando sin cesar los nombres de Dios, ¡no puedo más!”
Y con uno de los nombres de Dios “Al Qahhar”, comienza el parlamento de la mujer que se alternará a lo largo de la narración con la voz de la tercera persona; ésta contándonos los hechos externos, los disparos, los llantos, los gritos, la voz del mulá llamando a la oración..., los movimientos de la mujer, lo que sucede más allá de la habitación, y el monólogo, en boca de esa esposa sumisa y abnegada, primero en forma de plegaria, luego para desgranar reproches, dudas, frustraciones, dolor, contar secretos y deseos ocultos a ese marido inerte que se convierte en su “sangue sabur”, su piedra de la paciencia.
“¡Sangue sabur!”... “Ese es el nombre de la piedra: Sangue sabur, ¡la piedra de la paciencia!, ¡la piedra mágica!... “Voy a contártelo todo, mi Sangue sabur, todo. Hasta que me deshaga de mis sufrimientos, de mis desgracias. Hasta que tú, tú...”
Y así, para la mujer, mediante la asimilación de ese hombre de ojos extraviados y cuerpo inmóvil con la “Sangue sabur”, se suceden las confesiones más íntimas, unas veces de forma descarnada y feroz. 
“¡Tu honor no es más que un trozo de carne! Tú mismo usabas esa palabra. Para pedirme que me tapase, gritabas: “¡Esconde tu carne!”. En efecto, yo no era más que un trozo de carne en el que meter tu sucia polla. ¡Sólo para destrozarla para hacerla sangrar!”
Otras, dulce y tierna.
“Todo lo hice para que tú te quedases conmigo. No sólo porque te amaba, sino para que no me abandonases. Sin ti, no tenía a nadie. Habría sido rechazada por todo el mundo”
En este discurso intimista de una mujer diseccionando su vida al lado de un hombre, encontramos ciertos paralelismos con la obra de Miguel Delibes, “Cinco horas con Mario”; en ambos casos la presencia de un hombre yacente, uno muerto, otro muerto en vida, un libro religioso, la Biblia y el Corán, una mujer que recuerda su vida con sus sinsabores y amarguras, con el relato oral de aquellos pensamientos nunca dichos hasta esos momentos, pero entre ambos hombres hay una diferencia fundamental. Mientras que en el libro que nos ocupa el retrato psicológico del hombre es plasmado con toda su crudeza a través del dramático testimonio de la esposa, en “Cinco horas con Mario”, es otro hombre el que, analizado por la estrecha mentalidad de la esposa con su rosario de errores, torpezas e incomprensiones, irá poco a poco descubriéndonos a todos y no así a ella. 
La prosa es sencilla, desnuda de artificios y pareciera que con esa concisión no exenta de poesía, pues a veces el lirismo de ciertas momentos es bellísimo, el autor quisiera llegar aún más hondo en la historia que nos narra. No hay nombres, ni de la mujer, ni del esposo, ni de los demás personajes que habitan el libro, sólo alguno de aquellos que hacen referencia a Dios y que marca el Corán, "Al Qahhar","Al-Mu'jjir" o los que aparecen en los hadiz que predica el mulá.  
El libro termina con una imagen.
“El viento se levanta y hace volar por encima de su cuerpo a los pájaros migratorios”
Los mismos pájaros migratorios “...atrapados en el vuelo, sobre un cielo amarillo y azul” con los que comienza la narración, quizá simbología de la anhelada libertad.





Este es un libro que trata fundamentalmente sobre la soledad y al mismo tiempo es un estudio sobre las relaciones que se pueden llegar a establecer entre las personas, la naturaleza y los animales.
El autor, Gerard Donovan, construye el argumento de esta novela, narrado en primera persona, con los siguientes elementos:
Un hombre y su perro.
Los largos y fríos inviernos de Maine.
Una cabaña de madera en una zona aislada del bosque.
3.282 libros para leer colocados en las estanterías de la cabaña.
Un padre muerto hace años pero del que aún conserva un vivo recuerdo.
Los recuerdos de un abuelo obsesionado con la Primera Guerra Mundial.
Una amante, que lo abandonó hace tiempo, pero aún presente en sus pensamientos.
La soledad.
Un mal día alguien mata al perro de Julius Winsome, el protagonista de esta historia, y algo dentro de él se rompe.

“La pala cortaba el haz de luz en vaivén y la tierra le golpeaba el vientre y el lomo, le entraba en las orejas y los ojos, mientras lo cubría a él y a todo cuanto había hecho de él lo que fue... Eche a paletadas un mundo entero encima de mi amigo y sentía ese peso como si yo yaciera con él en esa oscuridad.”

Es un hombre acostumbrado a la soledad y al silencio,

“Sin contar al perro viví solo, porque nunca me casé, aunque yo creo que una vez a punto estuve, así que aquí míos eran hasta los silencios. Era un lugar hecho entorno a silencios...”

 pero a partir de esta ausencia aparecen un nuevo tipo de aislamiento hasta entonces desconocido,

“Un profundo hielo penetró subrepticiamente en mi corazón. Sentí cómo se asentaba, entumecía los válvulas y sosegaba el resuello que soplaba dentro de mi tórax, oí cómo se asentaba en mis huesos o insuflaba silencio en los frágiles espacios, todo cuanto estuviera ya roto. En ese momento mi corazón conoció la paz del frío.”

 y la confirmación de unos sentimientos latentes en su personalidad, pero de los que no será consciente hasta este momento.

“Lo que había querido decirle a ese
hombre, cuando lo tenía caminando delante de mí en el bosque, era que me faltaba sentimiento donde había que tenerlo y que tenía demasiado donde no debía. Apártate de la gente como yo y no tendrás queja de la vida.”
El aislamiento de nuestro protagonista es una suerte de ascetismo al que ya está acostumbrado desde la infancia, pues tras las muerte de su madre a la que nunca conoció se cría con su padre, un hombre también solitario,

“Era un hombre delicado con el que era fácil vivir, porque cubría muy poco espacio a su alrededor. Hay gente así, aunque son pocos, y de él aprendí serenidad. Vivíamos juntos en soledad: nunca volvió a casarse.”

y se desarrolla y hasta pudiéramos decir que se mimetiza con la naturaleza, con los espacios abiertos, sin límites, a veces infinitos, escenas por las que no pasa el tiempo porque pareciera que ni siquiera existía. Un tiempo y un espacio congelados. 

“Noviembre llega al norte de Maine de la mano de un frío viento de Canadá, que traspasa como un cuchillo el bosque ralo, sin tamizarse, y cubre de nieve las orillas de los ríos y las laderas de las colinas. Es un lugar solitario, no sólo en otoño e invierno, sino en toda estación. El clima es gris y agreste, los espacios son extensos y agrestes, y el viento del norte sopla por todas partes sin piedad. A veces te arranca sílabas de las frases.”

La naturaleza que rodea y marca la vida de Julius Winsome se convierte en cierta forma en una metáfora de su personalidad, solitaria, silenciosa, profunda, melancólica, introvertida.... y que en determinados momentos le impiden comunicarse con sus semejantes.
“Palabras de amor, de ternura y afecto, sí, me las había dicho, y ahora creo que yo había debido estar a la altura, pero no estaba acostumbrado, no sabía que pronunciar palabras daba más o menos intensidad a un sentimiento, según qué nombre le pusieras, pero debiera haber dicho los suficientes para que supiera que agradecía su compañía, que la echaba de menos cuando estaba, y que si el amor era eso, pues bienvenido fuera.”

Sin embargo ese retraimiento en las relaciones personales tiene su antítesis en la afinidad que establece con la naturaleza,

“Volví a pasar por donde las flores para ver si alguna se podía recuperar, pero todas colgaban del tallo, no había salvación. Les agradecí su fragancia y lo que me habían aportado al elevarme el ánimo todos estos meses.”

“Tiene usted flores.
En efecto, asentí con la cabeza. Me hacen compañía.”

 con los animales,

“Los perros sólo conocen la lealtad y en ella encuentran su vida misma. Y si no estás bien, se dan cuenta, pueden olerte la enfermedad, la falta de luz en tu sangre...”

 y con los libros y las palabras pues su padre, gran lector de libros, le inculcó al amor a éstos y desde pequeño le obligaba a aprenderse de memoria vocablos arcaicos del lenguaje de William Shakespeare.

“En verano yo mantenía un círculo de flores para contener el bosque, y en invierno un círculo de libros para contener el frío y pasar retirado en el interior de la cabaña los meses de silencio. Y a mi alrededor otro círculo vivo, el de los animales que se agrupaban en los alrededores por el alimento que les echaba, los pájaros que esperaban encontrar semillas en invierno y a cambio cantaban con toda su alma en primavera.”

El final es tan profundo y bello como todo el libro y te obliga a seguir reflexionando sobre lo que acabas de leer.
Está escrito con una prosa de gran sensibilidad poética, pues su autor antes que novelista fue poeta y ese poso nos deja en estas páginas descripciones de un admirable lirismo.

“El sol estival estiraba cada vez mas los días y, desde la ventana, pronto las flores llenaron la vista de amarillo, de rojos y de púrpuras intensos. Las mariposas volaban por la hierba exuberante y se metían por los tallos pincelando las mañanas con sus propios verdes y marrones.”
“Desde la butaca contemplé la luna, que se puso de un naranja pálido, y luego se embebió de sangre y así se quedó, el verdadero rostro de la luna, su verdadera creatividad, carne fría y roja, una herida de perdigón pendida en lo alto de la noche.”

En definitiva se trata de un libro para leer con calma, para deleitarnos con la belleza de las palabras, para reflexionar y detenernos en lo que nos narra y cómo lo narra.







En este libro estructurado como una serie de relatos cortos, aún siendo diferentes, tienen un nexo común, la vida diaria con sus alegrías y sinsabores, la cotidianeidad que todos conocemos porque la vivimos día a día, pero que Dominique Vernay, la autora, nos descubre de una forma diferente, levantando esos molestos posos que están ahí, escondidos en los rincones y que nosotros, como lectores, iremos descubriendo también agazapados entre sus historias. Unas veces, removiendo nuestras conciencias, otras, sumiéndonos en la melancolía y la tristeza, pero también consiguiendo que volvamos a sonreír a “pesar de todo”.
Sus pequeñas historias están narradas con un lenguaje claro y preciso, que no se pierde en circunloquios innecesarios, y esa inmediatez y concisión nos arrojan sin preámbulos a lo que nos quiere contar y así la idea, esas ideas que la autora define como “grumos que nos hacen llorar” nos pican y nos dejan marcan, pues aunque el libro se titula “No te quites la costra que te quedará marca” ella misma se pregunta ¿Y si por una vez no les hiciéramos caso?
Desde luego, no les hizo caso y aquí nos quedan la indigesta ironía de “Recuerdos de muñecas”, la mordacidad de “El trato”, el desconcertante título de “Dieciocho pingüinos en una banquisa a la deriva” donde nos hablará de la libertad maniatada ; los mundos de la niñez retratados en varios relatos, así en “Silver” con la pérdida de la inocencia, tan bien resumida en la última frase

“... El también sabía que algo más que un caballo acababa de morir.”,
en “El último sueño” con su aplastante lógica infantil también cerrando el relato,
“Sí, está dormido, pero se ha olvidado de cerrar los ojos.”, 
en “Hormigas y pedos de lobo” con ese razonamiento infantil que nos desarma , en la percepción de la inocente crueldad en “Echar a suertes”, en la desolación, el triste azar y la imaginación contenidas en “Con olor a fresas”; la crítica social presente en otros textos, como sucede en “Ablación: cosa que no incumbe”, “La hoja”, en donde hasta los sentimientos están compartimentados en turnos; el ámbito familiar es el tema central de “A la mesa” que comienza con una demoledora frase
“A lo largo de mi infancia fueron innumerables las cenas durante las que, por mi corta edad, no me era posible aún utilizar el cuchillo para separar las hebras de un silencio que me dejaban atada a la silla...”,
de “El tenedor del tío muerto” con la representación plástica de la tristeza y la muerte,
“La primera sabía a churro revenido y olía a chocolate caliente, y la segunda tenía forma de tenedor de plata, de puntas frías y duras.”,
de “La carta de ajuste” donde cobran especial importancia
“los sueños de serrín que se nos escapan entre los dedos”,
de “El friki” nos asqueará esa madre absorbente y repulsiva, y la falta de comunicación latentes en “Pretextos” y en “Técnicas” donde de nuevo no hay concesiones en la narración,
“Su regreso era un lugar ficticio, sin puertas, se las habíamos tapiado y yo fui el primero.” ,
y en “Vendo” si primero sonreímos, luego nos detenemos sobrecogidos en la última palabra que cierra el relato
“Urge.”
Las relaciones de pareja son tratadas en “El lector”, “Batiburrillo” y “De manos y de pinzas” y en ellas nadie sale indemne, en el “El cebo” representa de forma surrealista el hastío y la decepción y no podemos prescindir del supremo final de “Don Giovanni”.
Algunos relatos ocultan un terror sutil, así en “El semáforo” hay algo oscuro que no logramos entender, como también nos pasa en “Soledades detrás de un cristal”, en otros como en “Compañera de viaje” el terror está latente y en “Fe de vida” el terror se desliza entre las líneas y no podemos dejar pasar por alto el terror soterrado de “Entre los dos”, ni el terror rotundo de “El cuaderno gris”
, ni el humor negro de “Eufemismos”. Y creo que mi análisis quedaría incompleto si no mencionara el surrealismo de “La gota gorda”, “A ritmo de vals” y “Réquiem” donde la hipocresía social se manifiesta en
“Caras de circunstancia, pasos medidos en unidad de longitud de pena y murmullos mientras se alejan del camposanto.”
Por último “El grumo” como catarsis, como sollozo liberador que quizá nos reconcilie con todo lo anterior.
Utilizando la terminología culinaria con la que su autora, Dominique Vernay, nos presenta el libro, yo propongo tomárnoslo a pequeños sorbos, después del café, saboreándolo todos los días un poco, cómo ese buen licor que degustamos con placer cómodamente repantigados en el sofá.






La historia de esta novela está inspirada en una noticia publicada por la revista japonesa Asahi en el año 2008 y que apareció en la prensa de nuestro país. Durante un año entero, un tipo japonés había estado conviviendo con una mujer que se le había colado en su casa al verse en la calle, sin dinero y sin nadie a quien acudir.
Así, en esta corta novela que recibió el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, Faye, inspirándose en un hecho real, logra construir una historia a través de los dos personajes, el ocupante de la casa, Shimura, y “la okupa” del armario de la vivienda de Shimura y de la que no llegaremos a conocer el nombre, quizá porque los seres desesperanzados se quedan hasta sin identidad.
Shimura, un anodino meteorólogo, lleva una existencia solitaria y metódica entre el trabajo y su casa, a las afueras de Nagasaki y al que sólo, pequeños acontecimientos, como el canto agobiante de las chicharras logra poner de los nervios. Un día es consciente de que el orden de su casa se ve alterado,desaparecen alimentos, elementos que cambian de lugar. Comprueba que no se trata de un ladrón, pues los objetos de valor no han desaparecido. Al principio piensa que todo es producto de sus despistes o, como lectores-espectadores, nos preguntamos también si en realidad lo sabía desde hacía tiempo, pero no quería saberlo y será el miedo a la sospecha de que alguien tiene las llaves de su hogar y entra a escondidas, el que haga que instale en la cocina una cámara de vídeo, para grabar lo que ocurre mientras él se encuentra ausente. Y será así, desde su puesto de trabajo en la central meteorológica, a través de la pantalla de su ordenador, como descubre a una mujer en la cocina de su casa.
Los dos personajes, Shimura y la mujer sin nombre, comparten varios puntos en común, ambos están en la cincuentena, son dos seres solitarios, sin amistades ni afectos.
“Cuando desaparezca, seguramente no quedará nada de él, como tampoco de mí. Cuando hablo de mí, me refiero, evidentemente, a mi identidad actual. La anterior, sepultada en el olvido, no la encontrará nadie. Además, ¿a quién le interesaría? Ése es precisamente mi punto en común con él, algo de lo que no hay por qué avergonzarse ni enorgullecerse: no ser nada. Eso es lo único que nos une. A veces, las nadas se diferencian en todo y del todo.”
A Shimura el hecho de haber compartido durante un año su vida con una intrusa le trastorna y perturba la existencia, su mundo interior se ve profundamente alterado y toma consciencia de la fragilidad de la vida.
“Vomitar alivia, por supuesto. En lo que se expulsa, hay palabras que dan vueltas en la cabeza y no se van. En la espesa superficie de la cerveza nadaban restos de comida. Luego, pensé que una ducha me relajaría y el cansancio podría conmigo. Me equivocaba. Me tumbé y esperé en vano. ¿El sueño? No; el olvido. Pero el olvido no de aquella pobre mujer, que no era nada mío, sino de mi vida entera, que aparecía ante mí en toda su irreparable futilidad. Hacía mucho tiempo que no crecía en ella ninguna ambición, ninguna esperanza. Me dieron ganas de maldecir a la intrusa. Por su culpa, la niebla se había disipado.”
La mujer, en boca de Shimura, es sólo la intrusa que altera su apacible y metódica existencia, pero en una carta que ésta le manda cuenta su historia y a través de una hermosa reflexión, nos relata la importancia que para ella tienen y porqué, los espacios que en algún momento de nuestra vida habitamos y así, el hombre, entienda que la elección de su casa como refugio, no fue debida al azar sino a la añoranza.
“Ocho años de mi vida transcurrieron allí. Cuánto me gustaban aquellas habitaciones, aquellas paredes... Pienso que todas las constituciones del mundo deberían reconocer el derecho inalienable de cualquier persona a regresar cuando guste a los escenarios más entrañables de su pasado. Poner a su disposición un manojo de llaves que le permitieran entrar a todos los pisos, casas y jardines donde transcurrió su infancia y pasarse las horas muertas en esos palacios de invierno de la memoria. Los nuevos propietarios no podrían negar el acceso a esos peregrinos del tiempo.”
El lenguaje sin artificios, conciso, pero armonioso, en la línea del minimalismo oriental, donde los silencios hablan y lo que se insinúa cobra una especial relevancia como esa niebla que hay que apartar para ver lo real.
La novela está estructurada en dos tiempos. En el primero la voz de Shimura es la que relata para, después, en el segundo tiempo, hacerlo la intrusa, y en ambos casos vamos conociendo a los dos personajes de una forma reflexiva, interiorizada, pues no pretenden contarnos lo sucedido sino descubrirse a sí mismos, pero también llevarnos al territorio de la introspección para que nos preguntemos, ¿acaso no existen personas que conviven durante años y no llegan a conocerse nunca?






Nunca pasa nada pero siempre pasa algo. Esa sería la conclusión que sacaríamos después de haber leído el libro de José Ovejero. No existe esa calma aparente en las aguas del lago, bajo su mansa superficie bullen las corrientes, los rincones oscuros e innombrables de la mente humana y de sus circunstancias, los silencios prestos a convertirse en griterío, los conflictos, la adversidad. Nada es lo que parece.
Un matrimonio, Carmela y Nico, vive en un pequeño pueblo de la sierra madrileña. Llevan una apacible vida burguesa. Tienen una bonita casa, una niña pequeña, Berta, y un perro. Para cuidar de su hija y hacer las labores de la casa contratan como asistenta a una ecuatoriana, una inmigrante ilegal llamada Olivia. Hasta aquí una situación como tantas otras en nuestro país. Pero el personaje de Olivia será el detonante que hará explotar esa ficticia calma que se esconde tras la vida de Carmela y Nico.
Los personajes son construidos en base al análisis de sus conciencias, de su mundo interior y de su conducta. Nico, buena persona, tranquilo, quizá excesivamente apacible, Carmela, mujer independiente, tanto que a veces se convierte en alejamiento. Julián, el jardinero, otro inmigrante que es el que ha traído a Olivia a la casa, oscuro y calculador, Claudio, un adolescente alumno de Nico, extraño y amoral, pero que será el único por el que a través de sus acciones y pensamientos se nos presente directamente la visión de un mundo y un orden establecidos falsos e hipócritas. Y finalmente Olivia, personaje al que el autor, a medida que nos adentramos en el relato, trata con una sensibilidad y una ternura de la que carecen los demás. Olivia será la única que saldrá indemne, aún inocente, no contaminada por las miserias que la rodean, y si en determinadas circunstancias alguno de sus actos puedan ser cuestionables, el fin que persigue la eximirá de toda culpa.
Habrá partes de la historia que nos parecerán inacabadas o personajes como el de Claudio que toma un rumbo inesperado, que nos desconcierten, pero creo que responden a una estrategia del autor dejándonos a nosotros como lectores el final, el cierre del círculo.

Y como colofón transcribo extractos de una interesesante entrevista del autor sobre la novela.

“Mi impulso para escribir es el
desasosiego”


P: Adentrándonos en esta obra, no hay duda de que Nunca pasa nada recrea a través del personaje de
Olivia los miedos y esperanzas de miles de inmigrantes ya integrados no sólo en nuestra sociedad, sino en
nuestras vidas. ¿En qué te has basado para construir una historia como ésta?
Como decía, parto de algo que me llama la atención. Y la inmigración es uno de los
fenómenos más llamativos de nuestro tiempo. Las tensiones que genera son tan dolorosas
como interesantes, también porque revelan mucho sobre la sociedad en la que se dan. Por
cierto, no creo que los inmigrantes estén tan integrados como dices en nuestra sociedad ni
en nuestras vidas. Son parte del paisaje urbano, pero su integración es muy marginal: están,
pero no cuentan.
Hace tiempo que interesa la figura del inmigrante, que ya aparecía en mi novela anterior,
Las vidas ajenas, y en varios de mis cuentos, quizá porque me permite indagar en las
dificultades de comunicación, poner en tela de juicio nuestros valores, las buenas
intenciones que no conllevan una actuación arriesgada, drástica. A menudo creemos que
podemos mejorar el mundo desde la comodidad de nuestros cuartos de estar... o leyendo
literatura comprometida.
P: Durante toda la novela planeas el tema de la ignorancia que los españoles tenemos sobre la cultura
latinoamericana, y a la inversa. ¿Cómo pueden convivir dos mundos que en verdad jamás se han preocupado
por conocerse mutuamente?
Toda sociedad está compuesta por grupos que se desconocen aunque compartan el mismo
espacio. Mientras la coexistencia -yo no lo llamaría convivencia- sea beneficiosa, se
soportan; cuando deja de serlo entran en conflicto.
P: Los españoles tendemos a pensar que los ciudadanos de países en vías de desarrollo están encantados de
venir a nuestro país. Pero Olivia no vacila en decir: ‘Yo si pudiese elegir estaría en mi casa’. Esta frase
resume todo el drama de la inmigración. ¿Ha sido éste el objetivo buscado a la hora de escribir la novela?
No, mi objetivo cuando empiezo una novela es mucho más modesto: no pretendo reflejar
el drama de la inmigración con una novela; desconfío de la novela a la hora de mostrar la
realidad. No tengo un objetivo ético, ni político ni social. Lo único que pretendo es contar
una historia, desarrollar unos personajes que se me han ocurrido, ponerlos a interactuar. Y
a veces de esa interacción surgen temas de relevancia social o ética.
P: La cosificación del inmigrante también es un tema recurrente en la novela. Tanto Carmela como Nico
ven a Olivia desde una perspectiva egoísta, casi como un desahogo a sus propias frustraciones, y Julián, un
inmigrante como ella, tampoco la ve de otro modo. Además, a partir de cierto momento ella también
empieza a pensar en los dueños de la casa donde trabaja, y en especial en Nico, como una posible fuente de
ingresos para solventar sus problemas económicos. Es decir que también los cosifica. ¿Todo el mundo usa a
todo el mundo?
Sí. Lo que no significa que las relaciones humanas se limiten a esa utilización mutua; y
cuanto más necesitado estás, más tienes que utilizar a los demás. Hay turistas que se irritan
cuando se sienten exprimidos por los “nativos” de los países del Tercer Mundo que visitan;
pero el desinterés es un lujo que no se puede permitir quien tiene necesidades imperiosas;
es el caso de Olivia. Pero también los demás personajes necesitan algo, e intentan
conseguirlo, aunque pretendan actuar de forma filantrópica, como Nico. Lo interesante de
las relaciones humanas es precisamente su complejidad, cómo pueden convivir egoísmo y
generosidad, impotencia y poder, deseo y rechazo.
P: Retomas en Nunca pasa nada tu tendencia a dejar entreabiertas las puertas al final de la novela, como
si consideraras que las historias nunca terminan realmente. ¿Por qué lo haces?
Es verdad que mis novelas y cuentos tienden al final abierto. Y, en general, mis obras son
más y más abiertas: dejo cada vez más espacio a los lectores para sus propias
interpretaciones, para que imaginen ellos las razones de la actuación de los personajes, para
que se metan en su lógica e intuyan hacia dónde se dirigen. Además, yo creo que esa
apertura es uno de mis rasgos más realistas; la vida no nos viene dada con su interpretación,
hay en ella hilos argumentales que no se cierran: uno muere y ya no sabremos cómo
terminará tal o cual empresa, tal o cual aventura; podemos especular sobre qué habría
sucedido si..., pero nunca lo sabremos con seguridad. Y mis novelas de alguna manera
reproducen esa inseguridad y esa frustración. Como lector, suelo agradecer los libros que
no me lo dicen todo, que me conceden un espacio creativo durante la lectura. Y como
escritor normalmente doy por terminado un libro cuando creo que el lector tiene elementos
suficientes para hacer de él su propia lectura, su propia interpretación.
P: Obviamente, el título es más que irónico, porque en la novela ocurren muchas cosas. Sin embargo, se
trata de problemas en principio poco trascendentes, pequeños inconvenientes que nos afectan a todos. ¿Crees
que la auténtica literatura se engrandece cuando trata sobre las pequeñas pasiones que condicionan nuestras
existencias?
Permíteme que te conteste citando lo que respondía hace poco en una entrevista para
Quimera: “Me interesa ese aparente nunca pasar nada de nuestras vidas: vistas desde fuera,
son anodinas, casi intercambiables; pero todas están llenas de pequeños o grandes dramas,
de una gran complejidad psicológica, de aventuras felices o desgraciadas: en cada familia
hay un Iago, un Otelo, una Desdémona. A ver si me explico mejor: el nacimiento de un
niño es algo banal, en el sentido de que hay millones todos los días. Pero al mismo tiempo
es único: dependiendo de si el niño es deseado o no, de la relación entre los padres, de la
situación económica, de si nace sano o enfermo, de si hay un error médico... cada acto
cotidiano, si se mira con profundidad, encierra una riqueza dramática enorme. Y yo, más
que inventar lo que escribo, lo que hago es poner en escena cosas que suceden. Lo que
también es una forma de reinventarlas. Esa es la paradoja de mi escritura. Los lectores no
deben buscar en mis obras la realidad, sino una escenificación, que debe permitirles –y a mí
el primero– reflexionar sobre determinados rasgos de una sociedad o de la condición
humana y, con suerte, sobre sí mismos. En definitiva, la buena literatura sólo puede ser
juego inteligente o mayéutica; y la gran literatura las dos cosas a la vez.”
P: Los diálogos reproducen a la perfección el modo de hablar de los latinoamericanos, en este caso
ecuatorianos. ¿Cómo imaginas el castellano dentro de unos años, cuando los inmigrantes de segunda
generación ya estén absolutamente integrados?
Son las lenguas social y económicamente dominantes las que tienden a imponerse a las
lenguas de los menos favorecidos: en Estados Unidos el lenguaje de los latinos se llena de
anglicismos, pero el inglés, salvo por un par de préstamos, apenas cambia; en Francia el
lenguaje de los suburbios impregna pasajeramente la cultura juvenil, como una forma de
rebelión, pero prácticamente deja intacta la lengua de los adultos de clase media. En España
supongo que pasará algo similar; la lengua es un marcador de clase tanto o más claro que la
vestimenta y quien quiere prosperar tiende a mimetizarse con quienes tienen éxito: se pone
traje y corbata y habla como el jefe. Sólo en los sectores más pobres, allí donde no hay
perspectiva de prosperar, se dará el mayor intercambio lingüístico.
P: ¿Crees que todavía falta mucho tiempo para que algún inmigrante (por supuesto me refiero a un
inmigrante de extracto social bajo) escriba la gran novela sobre la sociedad española en tiempos de
inmigración, al estilo de El buda de los suburbios de Hanif Kureishi?
No sé si escribirán la gran novela sobre la sociedad española ni si será eso lo que les
interese, pero sí es de suponer que los inmigrantes empezarán a tener voz literaria propia
muy pronto, cuando los hijos de los que vinieron y se quedaron puedan disfrutar de un
mínimo ascenso sociocultural: son los chicos que ahora mismo ya están yendo al colegio.






Esta pequeña novela de Nell Leyshon ha recibido el Premio Libro del Año 2014 que concede el Gremio de Libreros de Madrid. 
La campiña inglesa a comienzos del siglo XIX, una joven campesina, un padre con muy mal carácter resentido por no haber tenido hijos varones, una madre sumisa y cobarde, unas hermanas esclavizadas a la tierra que les da de comer, un abuelo inválido, un vicario con una esposa enferma y un hijo adulto; con todos estos elementos Nell Leyshon construye un relato. La vida de Mary, analfabeta y pobre, que nació con el pelo blanco y arrastrando una pierna. Mary consigue salir del círculo social que le fue destinado por nacimiento, una familia campesina en la sociedad rural inglesa de mil ochocientos treinta para trabajar como criada para un vicario y su familia, pero a cambio el precio que pagará será alto. Y ello sin haberlo deseado nuestra protagonista, mera marioneta de los destinos que otros le preparan. Para que entendamos el devenir de los hechos y el desenlace final Mary, que aprende a leer y escribir, nos cuenta su visión de los acontecimientos al tiempo que recrea el mundo que la rodea. El libro comienza con la frase “este es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano” para dejarnos claro que serán sus ojos los que nos ofrecerán la crónica de lo acontecido y así será como, a lo largo de sus páginas, al tiempo que nos va llevando hacia los acontecimientos que transformarán su vida, nos relatará con añoranza el paso de las estaciones y su reflejo en la naturaleza circundante; los animales y su función en la naturaleza, el ordeño de las vacas; las labores de la granja, la cosecha de grano; los actos cotidianos que rigen sus vidas, encender el fuego, calentar el agua para el té; sus sentimientos hacia los integrantes de su familia y las relaciones con el vicario, la criada de este, su esposa y su hijo. Y lo hace desde su particular punto de vista, impregnado de inocencia y ternura y de una sencillez no exenta de cierta sabiduría que se manifiesta, en determinados momentos, en las agudas observaciones de nuestra narradora y protagonista. El lenguaje utilizado es un logrado y maravilloso intento de aproximación al personaje de Mary, una niña de quince años, sencilla, aún pura e inocente, que aprende a leer y a escribir con la Biblia. Nunca hay mayúsculas, las frases se articulan cortas, concisas, a veces como golpes cortantes que duelen por su desamparo, humildes e ingenuas.
El libro termina con el siguiente párrafo y debe finalizar así, pues toda la novela no es sino el vaciamiento interior de la narradora mediante la escritura de su vida.
“y ahora ya he terminado y no tengo nada más
que contarte
así que voy a terminar esta última frase y voy a
secar mis palabras donde la tinta forma unos
charcos al final de cada letra.
y entonces ya seré libre.”

Y una vez que hemos terminado de leer la novela entendemos que, lo que subyace en última instancia en el texto, es una historia de dominación, de opresión, o más bien de dominaciones y opresiones, resultado de unas estructuras económicas y sociales determinadas, lo que la hace extrapolable a cualquier otra época, lugar y tiempo.





Helga Schneider nació en Polonia en 1937. Posteriormente se trasladó con su familia a Berlín donde pasó los años de la guerra. Su madre la abandona para ingresar en las filas de la S.S. y su padre se volverá a casar por segunda vez. Ella y su hermano pequeño quedarán al cuidado de su madrasta que siente adoración por su hermano Peter y una irracional aversión hacia ella. Una vez finalizada la guerra Helga pasará su juventud en Austria. Se traslada en 1963 a Italia, instalándose en Bolonia, donde conoció a su marido y posteriormente tuvo un hijo.
En la novela que nos ocupa la autora, Helga, nos narra, cincuenta años más tarde, su propia experiencia en el Berlín ocupado y el paso de esos cincuenta años no le quita ni un ápice de verosimilitud ni de dramatismo a la historia de sus vivencias.
El relato comienza con el abandono de su madre, “Mi madre era una señora rubia que gritaba “Sieg Heil” cuando Adolf Hitler aparecía en sus mítines. A veces me llevaba con ella; un día me perdí entre la multitud y no me encontró hasta que la plaza se quedó vacía.... Después de que naciera Peter mi madre descubrió que se había equivocado de profesión. Muy pronto se convenció de que servir a la causa del Führer era mas honorable que criar a sus hijos, de modo que nos abandonó a los dos en un apartamento de Berlín-Niederschönhausen y se enroló en las S.S.” Así comienza la crónica de esta etapa de su vida, narrada en primera persona, en la que sin la intención de juzgar ni de conmover una niña expone su particular punto de vista. Y es particular porque su relato se limita a contar, sin artificios, lo que ve, lo que siente, en el ambiente opresivo del sótano de un edifico de vecinos, forzosamente obligada a compartirlo con otros seres humanos. Rodeada de oscuridad y frío, conviviendo con el miedo y la muerte, que se materializará no sólo en el exterior del refugio sino también en el sótano, con el hambre y el agotamiento, la suciedad y la miseria, luchando día a día por la supervivencia, soportando los desprecios de su madrasta, la soledad y el lento deterioro físico de su hermano pequeño.
Especialmente duro puede resultarnos la llegada del ejercito ruso de liberación a la ciudad, primero por ese temor premonitorio de la brutalidad largamente oída y comentada y luego por la certeza, sufrida en el mismo sótano, de los horrores cometidos por estos.
Y no podemos dejar pasar por alto el período de “reposo” en el búnker de la cancillería del Reich y la visita de Hitler a los niños allí alojados, con los comentarios y las descripciones que de esta visita nos hace su autora.
Mientras Hitler avanza hacia nosotros, yo lo miro sin respirar... Camina despacio, con la espalda ligeramente curvada y arrastrando los pies, ¡no puede creerlo! ¿Este es el hombre que ha provocado el delirio de las masas? Porque lo que yo veo es a un viejo que se mueve con esfuerzo. Noto que tiene un leve temblor en la cabeza y que el brazo izquierdo le cuelga inerte, como si fuese de yeso. ¡Me parece increíble!
Hitler me saluda dándome una mano blanda que me desconcierta. ¿Será ésta la mano del hombre que dirige el destino de Alemania? La mano está caliente y sudorosa, como la de un enfermo con fiebre.”
Entonces alzo los ojos y miro la gorra de Hitler, con el águila y la cruz gamada, luego mi vista se desliza por su rostro de color grisáceo, que se parece muy poco al de los retratos que hay colgados en el búnker. La cara que tengo delante de mí está chupada, alrededor de los ojos tiene un apretado abanico de arrugas y la piel de las mejillas le cuelga floja. Sólo el bigote bien cortado mantiene un reflejo de consistencia entre esos rasgos deshechos.”
La desmitificación del tirano, narrada de forma objetiva y sincera por los ojos de una niña, tras ese encuentro que le provoca sensaciones tan poco gratas.
En el último capítulo del libro Helga se despide de Berlín y varias veces repite “Adiós, Berlín!”, quizá para convencerse a si misma de que se marcha y ahí se queda esa ciudad desolada.
Destripada, asolada, doblegada, castigada.”
Bombas y fuego, Fuego y destrucción.
Destrucción de cosas, cuerpos, leyes tradiciones, conquistas civiles. A cero. Destrucción de hasta el último ladrillo, hasta la última célula, hasta la última pizca de esperanza”
Y cuando cerramos el libro y pensamos en lo que nos ha contado Helga no podemos sentir sino un profundo sentimiento de odio hacia la guerra. Creo que estamos ante un relato antibelicista, aún sin haber pretendido su autora que así fuera de forma intencionada, y lo consigue sólo porque sencillamente narra. 

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