Era la
última de los siete hermanos. Todos tenían los ojos negros y el
pelo oscuro; ella era rubia, con ojos azules y había nacido con seis dedos en la mano derecha. Desde que supo que sus hermanos tenían uno menos, cogió la costumbre de llevar siempre el meñique
doblado para que parecieran cinco. Una tarde llegó el hombre que
afilaba cuchillos y durante el tiempo que el hombre estuvo allí, no se apartó de su lado, mirando asombrada la pericia de aquella mano de seis
dedos, con el meñique encogido, que acercaba los cuchillos a la rueda
de afilar.
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