Todas
las mañanas la madre destapa al niño, lo lava encima de la cama y
después lo coge en sus brazos para sentarlo en un sillón al lado de
la ventana. El niño tiene la piel casi traslúcida y los huesos, que
son de cristal, no le sostienen, así que la madre lo rodea de cojines
para que no se caiga. El niño se pasa la mañana mirando lo que
sucede en la calle y lo que mas le gusta es contemplar a los otros
niños cuando vuelven de la escuela. Estira todo lo que puede la
cabeza para que lo vean, pero ellos pasan sin advertir su presencia,
perdidos en sus juegos y sus risas. Al niño por las tardes le sube
la fiebre y la madre lo acuesta en la cama, se echa a su lado y le
narra cuentos hasta que se queda dormido.
Una
mañana el niño no se despertó y ahora, es la madre la que todas
las mañanas se sienta en el sillón hasta que ve pasar a los niños
que vuelven de la escuela. Después se echa en la cama y mira el
techo de la habitación esperando que llegue la oscuridad y el
desconsuelo se abandone al sueño.
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