miércoles, 14 de diciembre de 2016

Fetiches





La mujer esconde sus ojos de acero gris tras unas gafas de lentes ahumadas. Al fondo de la larga recta acotada por anónimas praderas verdes divisa un punto minúsculo cuya forma imprecisa se convierte finalmente en un hombre. Lleva una mochila y hace autostop. La mujer se detiene y abre la puerta del copiloto. El hombre pronuncia el nombre de una ciudad. Ella asiente.
Al iniciar de nuevo la marcha el entrechocar de pequeños huesecillos que cuelgan del retrovisor tritura el silencio. Tras el fin de las praderías se halla el bosque de pinos. Una pista de tierra rojiza los lleva hasta la penumbra verdinegra. El hombre mira el perfil oscuro y el pecho agitado de la mujer y siente la mano osada que se pierde en su entrepierna.
El hombre agonizante oye el crepitar de las agujas de los pinos bajos las pisadas leves de la mujer que se aleja y huele el olor de su sangre fresca. La mujer llega al coche y cuelga otro huesecillo. Un leve tintineo y el golpe seco de la puerta al cerrarse. En el bosque de pinos el roce áspero de un cuerpo que se arrastra, una mano sin un dedo que suplica y el alboroto del coche que se aleja.