miércoles, 9 de noviembre de 2016

El ángel apolíneo



Amanece y el ángel apolíneo encaramado en el tímpano de la puerta del cementerio extiende sus alas blancas. La niebla, agazapada sobre lapidas y nichos, espera al mediodía para mutar en transparencias. El primero en llegar es el enterrador que alterna el doble oficio de sepulturero y oficial de mantenimiento del camposanto. Abre las puertas y a los pocos minutos la gravilla de los caminos cruje con las pisadas de los visitantes. Olor a flores de muertos, por los muertos y para los muertos se suceden en la mañana de otoño. La mujer anciana rodeada de sus hijos deposita su ramo sobre el panteón de mármol blanco. Cuando se endereza su mirada se tuerce a la izquierda. Guarda la compostura cuando ve a la mujer del abrigo negro entallado en una cintura aún fina y unas piernas largas vestidas de luto y solo el cristo crucificado de la losa oye el bisbiseo de sus labios,la muy puta, ni hoy respeta nuestro dolor, Prudencio, cuanto daño nos hiciste y sin embargo, aquí estoy, a pesar de todo”. Un poco más allá, la mujer madura con el concienzudo peinado escarola llora lagrimas clamorosas ante la tumba de granito negro con pequeña cúpula gótica, mientras un apuesto joven de mirada descarada, bragueta fácil y vida cómoda, la espera aburrido unos metros detrás. Palabras como serpientes silban entre las sepulturas.” Mírala hace cuatro días que enterró al marido y ya tiene un amigo, y de que te extrañas, dicen que siempre los tuvo. Hoy no vino el marido de Antonia, cómo va a venir si está en Benidorm ¡ay el muerto al hoyo y el vivo al bollo!, ¿te has fijado cómo envejeció Sagrario? pues claro, es ese hijo drogadicto que va a acabar con ella y anda que poco pelo le queda ya a Jesús, qué entradas, je je je, son para dejar sitio a los cuernos que le van a empezar a salir.” Un perro de pelo hirsuto y ojos amarillos surge al mismo tiempo que el cura que viene a decir la misa. Huele aquí y allá, gruñe y enseña los dientes a todo el que intenta acercarse para echarlo, hasta que la mujer del abrigo negro entallado lo ve, sus miradas se cruzan, el perro menea la cola y lame la mano que suavemente lo conduce hacia la puerta. El sacerdote oficia la misa de difuntos, la niebla vuelve, la gravilla cruje con los pasos que se marchan, el perro de ojos amarillos permanece al lado de la puerta, la mujer de las medias negras espera a su lado y cuando llega el coche negro, ambos se suben. El ángel apolíneo baja la cabeza y cierra sus alas blancas.

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