miércoles, 12 de junio de 2013

El tractor

La carretera se extendía larga y recta. A los lados los campos amarillos y ralos. Los coches, veloces, levantaban en pequeñas ráfagas el polvo ocre de la cuneta y movían con una ligera tembladera los hierbajos agostados que nacían al lado de la calzada. Al fondo, el reverbero del sol dibujaba un espejo dorado en el asfalto de la carretera. El conductor, confundido por ese espejismo, no llega a ver aún el punto rojo al final del horizonte. Cuando la distancia se acorta distingue un vehículo de gran tamaño que avanza lentamente y acelera la velocidad. Sabe que, después de esa larga y agónica recta comienzan las curvas, diez kilómetros sinuosos que preceden a otra larga recta.  El vehículo de gran tamaño es ya un pesado y lento tractor que avanza renqueante. Acelera pero, cuando pega el morro del coche a la trasera del tractor y se asoma, la primera curva sinuosa y amenazante hace su aparición. Las curvas, cerradas sobre sí mismas, ondulantes, se suceden una detrás de otra. Nervioso, asoma la cabeza por la ventanilla intentando ver más allá de la mole roja del tractor. Sus ojos sólo encuentran la enorme rueda, negra y sucia de barro, que se abre para tomar la curva invadiendo el carril contrario.
 - ¡Jodido cabrón! Necesita toda la carretera para él solo.-
 La mujer, sentada a su lado, con el rostro escondido tras unas enormes gafas de sol negras, asiente.
 El hombre del coche, que se halla ahora ante una nueva curva que se abre en sentido contrario a la anterior y le permite una pequeña visibilidad, avanza la delantera del coche. La rueda del tractor vuelve a invadir la carretera y le cierra el paso.
 - ¡Hijo de puta! -grita asomando la cabeza por la ventanilla.
El grito se pierde en el calor asfixiante y pegajoso del mediodía.
 -¿Viste al hijo de puta? Lo hace a propósito.-
La mujer de las gafas negras le responde con un silencioso mohín de sus escuálidos labios.
 El conductor, acosando al lento vehículo, se fija por primera vez en la espalda del hombre que está sentado en el asiento negro del tractor. Una espalda cuadrada y recia, cubierta por una sucia camiseta gris sin mangas, con los brazos doblados sobre el volante. Desde su posición, sólo ve aquella parte que desde el codo hasta el hombro asoma morena y velluda. La coronilla calva y brillante y la nuca, de ralos pelos negros pegados a la piel, que descansa en un cuello ancho y poderoso.
 El hombre vuelve a asomar el morro del coche. Ante él la última curva, que ya se abre para enfilar una recta que se pierde en el horizonte amarillo. Adelanta el coche y se sitúa, invadiendo el carril contrario, en paralelo al tractor. Desde aquí  sólo ve las enormes ruedas negras y parte de la carcasa roja de la cabina. Abre la ventanilla del lado de la mujer y sus gritos vuelven a perderse en el calor asfixiante del mediodía.
-¡Cabrón! ¡Hijoputa! ¡Así te estrelles con el primer árbol que encuentres!-
 Luego acelera bruscamente y se coloca delante del tractor. El bramido del motor se mezcla con un ruido seco que entra por el cristal trasero del vehículo. Mira hacia atrás. Un pequeño agujero y alrededor los cristales astillados de la ventana. Aún cercano el tractor rojo, que se adentra lentamente en el campo amarillo y ralo. A su lado, la mujer de la gafas negras con la cabeza ligeramente inclinada sobre su pecho. En la parte posterior de la cabeza tiene un pequeño orificio negro del que brota un viscoso líquido marrón que se mezcla con su pelo rubio, y en la frente, otro, redondo y oscuro, del que caen gotas de sangre que se van depositando en la palma de su mano abierta. En el parabrisas delantero otro agujero redondo. El hombre vuelve la vista para retomar la conducción, pero el coche, saliéndose de la carretera, se empotra veloz en el solitario árbol de la cuneta.

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