miércoles, 13 de noviembre de 2013

Pereza




Llovía y por la pared del salón se deslizaba el agua. Desde lo alto del armario, que era dónde me hallaba situado por ser mi lugar favorito para la observación y el control de todo tipo de situaciones, vi como levantó los ojos legañosos al sentir un nuevo ruido, una gota mínima que en pocos minutos se convirtió en un goteo continuo y torrencial. Estaba sentada en el sofá mirando la pantalla de rayas blancas y grises del televisor. Giró la cabeza y como el agua aún no llegaba a la altura de sus pies, subidos encima del sofá, no se movió. Luego apartó con desgana una fina telaraña que se había formado entre sus grasientos cabellos grises y el cabecero de una silla. Se durmió y a los pocos minutos unos sonoros ronquidos sirvieron de contrapunto al sonido monocorde del agua chocando contra la charca que se había formado. Me enrosqué de nuevo y decidí echar un sueño. Cuando desperté ella estaba flotando en el centro de la habitación con la falda abierta a modo de un inmenso flotador de color rojo. De aquella especie de amapola gigante salían sus piernas blancas, estiradas y con los dedos de sus pies girados hacia abajo. El tronco, la cabeza y los brazos permanecían sumergidos en el agua. Las diversas corrientes que se habían formado la llevaban de un lado para otro de la habitación, chocando contra los muebles, bamboleándose, hasta que el curso natural del agua buscando una salida rompió la puerta y la precipitó con ella por el hueco abierto. Antes se quedó atascada en la abertura. Una tromba de agua le dio la vuelta y la liberó. Lo último que vi de ella fue su grueso tronco tubular, de brazos blancos y regordetes, saliendo de una enorme burbuja roja y un penacho de pelos grises pegados a su cabeza puntiaguda. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario