miércoles, 17 de abril de 2013

Cotidianidad

El sol comienza a hundirse en la línea que dibuja el horizonte cuando se une con el mar. En la playa, un perro juega con las pequeñas olas que rompen en la orilla. Dos niños hacen un castillo de arena. Su madre recostada en una pequeña hamaca lee un libro. Una pareja, sentada en una toalla, habla y mira el mar. 
A su izquierda y a pocos metros de ellos se halla el hombre muerto. Cada uno de los miembros de su cuerpo permanece en una postura inverosímil. En la difícil torsión de su cuello emerge, contrastando con la arena clara, un rostro negro de ojos enormes. Su brazo izquierdo está aplastado debajo de su cuerpo mientras que el brazo derecho se estira, volteado sobre la arena cálida, dejándonos ver la blanca palma de su mano abierta. Y de su cadera, colocada en un forzado escorzo, cuelgan las piernas desmadejadas que, embutidas en unos pantalones rotos, finalizan en unos pies desollados.
Nadie se acerca. Ni siquiera se fijan en él. Ha pasado a formar parte de la cotidianidad de la playa. Como esa brisa que roza la arena, como el perro que corre, como el reflujo de las olas y como ese sol que se hunde en la línea del horizonte...

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