viernes, 20 de junio de 2014

La mano


La mano, surcada de pequeñas arrugas y diminutas venas azules, se posa en la roca y lentamente, con cierta delectación, se desliza por su superficie irregular hasta que llega a un pequeño pocillo de agua. El mar dejó una minúscula parte de sí misma en aquella hendidura y la mano rugosa se hunde y disfruta de la frescura salada.
 Una liviana ola de espuma cubre, sin el menor atisbo de vehemencia, la roca y es ahora una pequeña mano, suave, rosada y regordeta la que intenta coger en el hoyo un insignificante cangrejo que, al sentir el movimiento ondulante, inicia una peripatética huida. La mano sale del agujero cuando siente una voz que lo llama y al mirar hacia atrás, recortada en la tarde caliginosa de arena blanca, una mujer con un bañador rojo.
El hombre vuelve la vista hacia su mano que se balancea sumisa en el tierno remolino que ha dejado la ola. En la playa la soledad de la brisa, la arena aún ingenua en la mañana de primavera y en el hoyo sólo el agua y la mano azulina.

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