viernes, 20 de junio de 2014

Vistas



El sol se reflejaba en sus cristales de laguna verdiazul y hacía que brillaran entre las hojas secas del camino. Extraviadas por alguien o quizá abandonadas, tenían la patilla derecha seccionada en dos, bien pudiera ser por un pisotón tras la pérdida o ya rotas, posteriormente confiadas a su suerte de objeto inservible. Desde sus ojos de diáfana opacidad veían pasar el singular desfile de un mundo contemplado a ras del suelo; playeros desgastados, tobillos desnudos, pantalones ajustados, acampanados; tacones repiqueteantes, suelas sigilosas, medias estranguladoras, patas peludas, unas de trote cansino y otras de brincos locos; rincones efímeros al paso de faldas voladizas, nubes viajeras azules, grises, algodonosas; un cielo azul, lluvia fina que limpia el polvo del día, goterones, una hormiga que sube por su montura plateada y se desliza por el tobogán vidriado, la luna creciente que a la noche siguiente, llena y redonda ilumina las sombras de las copas de las árboles, y la última visión aterradora, en un amanecer de horizontes naranjas, de una suela negra de prominentes relieves cuadriculados. 

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