El lunes por la mañana mientras cortaba el pan para el desayuno se seccionó parte de la yema del dedo anular. Sangraba mucho y su marido le recomendó que fuera el médico. No te preocupes, no es nada, le dijo ella. Al día siguiente, al despertarse, comprobó que las sábanas estaban húmedas por la sangre que había perdido. El dedo no paraba de sangrar y se encontraba muy débil. Cuando su marido llegó del trabajo la encontró muy descolorida y le dijo, cariño, ¿qué tienes? Estás muy pálida. No te preocupes, no es nada, le contestó ella. El miércoles la herida de su dedo seguía manando sangre y estaba tan mareada que le parecía que flotaba. Su marido insistía. Creo que debería llamar al médico. No te molestes, no es nada, musitó. A la mañana del siguiente día ya no pudo levantarse de la cama y la mano del dedo herido colgaba inerte sobre un caldero, colocado debajo para recoger la sangre que seguía fluyendo. El jueves se sintió incorpórea y a su marido, cuando volvió a casa, le costó trabajo encontrarla entre las sábanas. De la herida de sus dedo sólo caían pequeñas gotas que estallaban en el cubo. Al atardecer de un viernes neblinoso la enterraron.
"Y aún me atrevo a amar el sonido de la luz en una hora muerta, el color del tiempo en un muro abandonado". Alejandra Pizarnik
jueves, 19 de diciembre de 2013
No es nada
El lunes por la mañana mientras cortaba el pan para el desayuno se seccionó parte de la yema del dedo anular. Sangraba mucho y su marido le recomendó que fuera el médico. No te preocupes, no es nada, le dijo ella. Al día siguiente, al despertarse, comprobó que las sábanas estaban húmedas por la sangre que había perdido. El dedo no paraba de sangrar y se encontraba muy débil. Cuando su marido llegó del trabajo la encontró muy descolorida y le dijo, cariño, ¿qué tienes? Estás muy pálida. No te preocupes, no es nada, le contestó ella. El miércoles la herida de su dedo seguía manando sangre y estaba tan mareada que le parecía que flotaba. Su marido insistía. Creo que debería llamar al médico. No te molestes, no es nada, musitó. A la mañana del siguiente día ya no pudo levantarse de la cama y la mano del dedo herido colgaba inerte sobre un caldero, colocado debajo para recoger la sangre que seguía fluyendo. El jueves se sintió incorpórea y a su marido, cuando volvió a casa, le costó trabajo encontrarla entre las sábanas. De la herida de sus dedo sólo caían pequeñas gotas que estallaban en el cubo. Al atardecer de un viernes neblinoso la enterraron.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario