jueves, 21 de marzo de 2013

Amor

Llovía y el coche se deslizaba lentamente sobre el asfalto mojado. Mario no tenía prisa. Todavía le quedaban veinte minutos para las diez de la noche. Sus dedos, largos y nerviosos, tecleaban el volante al ritmo de la música mientras tatareaba la canción que sonaba en la radio. Su voz se imponía al volumen de la música y Mario sólo se oía a si mismo.
-Bu, bu, bu, du, dua, du, dua… Bu, bu, bu, du, dua, du, dua…-
Ante sus ojos la carretera se perdía en una larga recta de charol brillante. Sin raya blanca que la partiera en dos, sin árboles a los lados. Todo lo más, cuando la luna se asomaba entre los nubarrones negros, raquíticos arbustos que surgían de la tierra gris. Los faros del coche iluminaron un poste de madera con un rótulo luminoso “El tragaluz”. Tres metros más adelante, en medio de la nada, una explanada con una veintena de coches aparcados delante de una pequeña construcción blanca con forma de rectángulo. Mario aparcó el coche en la explanada, se caló la visera hasta las orejas para protegerse de la lluvia y corrió hacia la puerta.
 Una vez dentro esperó durante unos minutos a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra del local. Al lado de la barra, un grupo formaba un corrillo en torno a una chica gótica que estaba apoyada en ella. Todos llevaban pantalones con la cintura a la altura de las caderas y de los bolsillos les colgaban cadenas plateadas. Unas apretadas camisetas negras de tirantes dejaban al aire sus brazos blancos y escuálidos, adornados con tatuajes negros. Mario observó con detenimiento a la chica de la barra. Un ajustado mono de color negro marcaba sus formas. La negra melena cardada le llegaba hasta la cintura y un collar de púas plateadas adornaba su cuello. No era Elsa. Así vestidas y en la oscuridad todas le parecían iguales. Elsa tenía dos “piercing” en la mejilla, otro en el labio y un arete en la nariz. A esta le faltaba el del labio. Decidió dar una vuelta a ver si ya había llegado. La encontró en la mesa al lado del baño. Charlaba o eso parecía, dado el alto volumen de la música, con un joven rapado que tenía una cresta roja de un extremo al otro de la cabeza. Cuando él se sentó Elsa pasaba en ese momento su lengua, rematada en la punta con un pendiente, por sus labios, mientras miraba con insistencia al de la cresta roja. A Mario le asaltó la duda ¿Se estaba insinuando al rapado de la cresta? Las largas uñas negras de sus dedos tamborileaban en la mesa siguiendo el ritmo de la música y sus labios negros, ya con la lengua dentro, se fruncían en un sugerente mohín. Era como si no lo hubiese visto. Decidió esperar unos minutos y mientras tatareó la canción de The Cure que atronaba el local en ese momento.
-Bu, bu, bu, du, dua, du, dua… Bu, bu, bu, du, dua, du, dua…-
Sólo cuando el de la cresta se marchó, Elsa pareció darse cuenta de su presencia.
-¡Ah! ¿Pero ya estás aquí? ¿Cuándo has llegado? ¡Pues ya era hora! ¡Porque son las diez y cuarto y habíamos quedado a las diez!-
-Llevo aquí diez minutos pero tú ni te enteraste…-
 -¿Ah sí?...- Elsa, temerosa, cambia de tema- ¡Qué! ¿Qué te parece el local? Está bien ¿no?
-Pues que quieres que te diga… ni fú ni fá. Como todos los que te gustan a ti. Bueno no. ¡Peor! ¡Porque este queda en casa dios!-
-¡Joder tío! ¡Es que contigo nunca llego a tiempo! ¡Es que eres incapaz de hacer nada por mí sin protestar! ¡Qué puto aburrimiento tío!-
-¡Anda! ¡No te enfades y larguémonos de aquí!-
Mario la coge del brazo y la obliga a levantarse.
 Cuando salieron había dejado de llover. Al llegar al coche Mario aplastó el cuerpo de Elsa contra la puerta mientras le metía la mano en el interior de sus pantalones. Ella comenzó a jadear. Se metieron en el coche. Mario en el asiento del copiloto y Elsa a horcajadas sobre él. Se quitaron la ropa de cintura para arriba y la excitación de Mario aumentó cuando sintió los aros de los pezones de Elsa rozando su piel. Comenzó a quitarle el pantalón mientras ella acariciaba su miembro con movimientos rítmicos. De repente, sintió que se detenía y las manos de Elsa aferraron con fuerza las suyas.
-¡Basta! ¡No quiero seguir! –dijo Elsa-
-¿Pero qué coño te pasa ahora? –Mario a punto de perder los nervios.
-Necesito que me demuestres que me quieres –
-¿Cómo?- preguntó Mario estupefacto.
- ¡Pues eso! ¡Que necesito que me demuestres que me quieres! ¡Y si no me lo demuestras no hay más polvos! ¿Lo entiendes ahora?-
 -¿Qué mierda te tomaste hoy Elsa? ¿Quién te lo dio? ¿El de la cresta roja? ¿Qué piensas que no me di cuenta que te lo estabas trajinando?-
-¡No me tomé ninguna mierda y el de la cresta roja haría lo que fuera por echar un polvo conmigo tío! –
-No te entiendo Elsa… No te entiendo… Pero en fin ¿qué quieres que haga para demostrarte que te quiero?-
Elsa se quedó pensando durante unos minutos.
  -Quiero que te tires al río desde el puente del acueducto –le ronroneó melosa.
-¿Desde el puente del acueducto? ¿El que está a diez kilómetros de aquí? –preguntó Mario.
-Sí, ese mismo.-
-Pero… es que está muy alto y además…-
-Pues por eso, porque está muy alto quiero que te tires desde allí -
-Pero ¿ y qué pasa si el cauce está medio seco?-
-¡Pero, pero… todo son peros! Pues si está medio seco no te tiras, lo nuestro se acaba y en paz ¿Vale?-
-Mira haremos una cosa –le dijo Mario mientras miraba hipnotizado el movimiento ondulante de la enorme cruz plateada que colgaba de la oreja de Elsa. - Si el río lleva agua me tiro y sino la lleva pues no me tiro.
 El río llevaba agua, pero no la suficiente para que Mario, al tirarse desde tanta altura, no se partiera la espalda contra el fondo.
Hoy, Mario, en la residencia donde vive desde hace un año, espera con impaciencia la visita de Elsa. Ella se siente orgullosa por la prueba de amor de Mario, pero también un poco culpable y va a visitarlo el primer domingo de cada mes. Elsa le lleva siempre música porque sabe que a él le gusta tararearla mientras la escucha y desde luego, lo que no se le ocurre decirle, es que en el coche la está esperando el rapado de la cresta roja. A partir de ahora empezará a espaciar más sus visitas. Mario está aprendiendo a dibujar. Está más entretenido y ya no la necesita tanto.
Desde la puerta Elsa se gira para decirle adiós, pero Mario, que aferra con sus dientes un lápiz, está ensimismado intentando dibujar un árbol. Mientras se aleja por el pasillo de cristaleras, inundado por el sol del atardecer, le parece oírlo tararear.
-Bu, bu, bu, du, dua, du, dua… Bu, bu, bu, du, dua, du, dua…

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