domingo, 24 de marzo de 2013

Ecos





“Cuando volvió el día, que era el tercero a contar desde el último que él había visto, su cuerpo fue encontrado intacto, en perfecto estado y cubierto con la vestimenta que llevaba. El aspecto de su cuerpo más parecía el de una persona que el de un difunto”
Plinio el Joven

Sucedió cuando decidieron rellenar con yeso los huecos en la ceniza que habían sido restos humanos. Y así supimos del horror y del espanto que quedaron reflejados en sus rostros, en sus posturas desgarradas, en los quebrados escorzos de sus miembros, en los gritos ahogados de sus bocas. Los primeros fueron los cuerpos del Jardín de los fugitivos, niños, una mujer embarazada, un hombre que intenta levantarse, otro que repta agónico por el suelo, unas manos que desgarran las mejillas, los ojos desorbitados que se ahogan, unos al lado de otros, quizá mirándose horrorizados en el último instante. Al atardecer empezaron los gemidos, débiles y confusos, lejanos en el tiempo, ecos de los lamentos que quedaron sepultados por toneladas de cenizas que nosotros estábamos liberando. En las escaleras del Templo de Júpiter algunos permanecían aún con las manos hacia el cielo, suplicando a los dioses; otros pensaron que ya no había y encogidos sobre si mismos, metían las cabezas entre sus piernas, acongojados por tan terrible certeza. Una plegaria interrumpida se mezclaba con el llanto de los descreídos mientras la oscuridad lo cubría todo. En las Termas del Foro, fueron sorprendidos aquellos que no vieron la gran nube de ceniza que se precipitó sobre la ciudad y sus cuerpos quedaron estáticos en el frigidarium y el calidarium. El burbujeo del agua tapó los estertores, que ahora tras siglos de silencio vuelven mitigados por el paso del tiempo. En el anfiteatro los gladiadores, amarrados a las cadenas, se retuercen agónicos pidiendo una clemencia que nunca llegó y el terrible estruendo de su dolor queda liberado. Las prostitutas, esclavas y dulces, permanecieron esperando o atendiendo a los últimos clientes. Una trágica compostura mantiene sus figuras expectantes y de sus bocas rescatadas comienzan a escapar gemidos. Un hombre, de rodillas en las las escaleras, dejó grabado el trazo de la huella de sus uñas. Desde la paredes del lupanar, los protagonistas de los frescos eróticos que las decoran, nos miran lujuriosos. En la entrada principal, Príapo, dios de la fertilidad, indemne a la oscuridad del pasado, se nos muestra poderoso y eterno con dos penes sostenidos por las manos.
 En el pórtico de una casa, apoyado en la pared, un hombre sentado con las piernas dobladas y las manos sujetando la cabeza. Es difícil descifrar este rostro. No parece sufrir. ¿Quizá reflexionaba sobre su aciago destino? De su boca se escapa un suspiro que tiene la hondura del tiempo en el que fue retenido. La figura de un fauno danzante desnudo, bello y atlético, nos recibe en el atrio y hasta nuestros oídos llegan los rumores de los pasos de las esclavas, el borboteo del agua de las fuentes, el roce de las telas de los vestidos. En las habitaciones los moradores; una mujer que se tapa la boca con un paño, a su lado un niño cubierto con una manta, en otra estancia un hombre con una pequeña botella aún aferrada entre los dedos, en un diván una mujer encogida que tiene en el regazo un cofre. De nuevo se oyen los jadeos, los gritos, las plegarias inútiles, los lamentos. Y los tenues ladridos de los perros guardianes, aún encadenados a las puertas de la casa de su amo.
 Una vez que los sonidos fueron liberados sólo se oyó la tremenda cacofonía de un eco único. De nuevo la luz se extinguió y la oscuridad lo cubrió todo, como al principio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario