domingo, 3 de marzo de 2013

El compartimento número seis

“Laisse-moi devenir l'ombre de ton ombre, l'ombre de ta main, l'ombre de ton chien.
Ne me quitte pas, ne me quitte pas, ne me quitte pas, ne me quitte pas”
(Jacques Brel)

Caen pequeños copos de nieve cuando el tren llega. En la desolada y gélida estación sólo un hombre y una mujer que se instalan con su pequeño equipaje de fin de semana.
- ¿Quieres que te coloque la maleta en el altillo? - pregunta el hombre
 - No, cariño, gracias. No merece la pena para tan poco tiempo –
 - Adelaida no podemos seguir así...–
 - ¿Así cómo? Sabes que no hay solución. Todo es tan difícil... ¿No lo entiendes? - Los ojos de la mujer permanecen fijos en la oscuridad moteada de puntos grises que se esconde tras la ventanilla.
 - Pero ¿por qué? ¿Por qué te empeñas en ese pesimismo? – 
- Mira la noche. La vida es tan oscura como esos campos negros. ¿No comprendes que no puedo dejarlo? Él está tan solo. Sin mí se moriría... - le responde la mujer - Confórmate con lo que puedo darte
- ¿Y yo? ¿No piensas en lo que yo siento cuando me separo de ti? ¿Pensar que no volveré a verte hasta dentro de un mes? – pregunta el hombre con amargura.
 - Sí, continuamente. Cuando nos separamos y hasta que volvemos a vernos, sólo pienso en ti y si no fuera así... creo que no podría vivir. – 
- Yo estoy dispuesto a renunciar a todo, a mis hijos, a mi esposa, a mi posición ¿Y acaso no sabes lo que eso significa? ¿Quieres mayor prueba de amor que esa? Y ¿tú? ¿Qué me ofreces tú? - añade el hombre fijando ahora la vista en los ojos de la mujer - Sólo negación, desesperanza...y esa obstinación.
Lo siento. Lo siento... –la voz de la mujer es ya sólo un débil susurro.

 El sol tímido de la mañana de invierno ilumina los campos nevados. El tren se detiene en el pequeño apeadero a la entrada del pueblo. Una pareja de ancianos sube y se sienta.
- ¿Avisaste a Aurora? - pregunta el anciano.
- Me lo acabas de preguntar hace un momento y ya te dije que sí – le responde la anciana - Además tú mismo me escuchaste ayer cuando hablaba con ella.
- ¿Ah sí? ¿Y cuándo hablaste con ella? –
La mirada del anciano se pierde ausente en los campos nevados. 
 - Ayer, cariño, ayer – contesta la anciana y su mano lo acaricia con dulzura.
- ¿Y por qué vamos a casa de Aurora? ¿Lo sabe? ¿Nos estará esperando? - vuelve a preguntar el anciano mientras un pequeño hilillo de saliva resbala por la comisura de su boca.
 - Mi amor, vamos a casa de nuestra hija para celebrar nuestras bodas de oro, cincuenta años juntos ¡qué ya son años aguantándote!
 Y con un pañuelo le limpia la saliva que comienza a caer en la camisa del anciano. 
- ¿Nuestra hija? ¿Cuándo tuvimos una hija? –
 Le sonríe y vuelve a limpiarle la saliva que continua resbalando por su barbilla.

El tren entra lentamente en el hangar de la estación. Un matrimonio espera con dos maletas en el andén número cuatro. Cuando el tren se detiene suben y se acomodan. Anochece y las luces de la ciudad se pierden en la lejanía.
- ¡Este es el último año que paso las Navidades en casa de tu hermana! – dice el esposo malhumorado.
 - ¿Por qué dices eso? ¿No será por qué no te hayan tratado bien? – pregunta la esposa.
- No, si tratarme bien, me tratan bien... Pero, no soporto su condescendencia de ricos. ¡Y tú lo sabes! -
- Lo que tú entiendes por condescendencia no es tal. Sólo intentan ser amables. No seas tan duro con ellos. -
- Te compadecen. Y sé que piensan que eres una tonta por haberte casarte conmigo, tú, que podrías haber elegido...- Y la voz del esposo suena amarga en el silencio del atardecer.
- Pero te elegí a ti. -
- Quizá te arrepientas algún día de esa elección –
- No, no lo haré. -
La mujer apoya la cabeza en el hombro del esposo y suspira. Fuera ya ha anochecido y el cristal de la ventanilla les devuelve su imagen.

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