jueves, 28 de marzo de 2013

Te soñé diferente

Cada día, sentado en el café, veía como el atardecer te volvía ocre. Durante el tiempo que duró mi amor te soñé diferente. Olía con mis ojos ávidos el aroma dulzón de tu juventud estrenada, me perdía en el sabor del roce de la tela de tu vestido enredado entre tus piernas, acariciaba el soplo de fresa que se desprendía de tus huecos añorados, degustaba la exquisita melancolía de tu mirada otoñada y me enredaba en la textura de arena blanca que desprendía el color de tu piel.
 Un día el atardecer se tornó plomizo y un viento que preludiaba lluvia barría la calle. Cuando pasaste, tu figura, antes etérea y distante, apareció delimitada por contornos de realidad color cemento. El aire revuelto trajo hasta mi boca el polvo de la amarga grisura de la rutina y el olor del cansancio que arrastraban tus pies; mastiqué con rabia el desencanto de tus ojos anodinos y me ahogué en la desilusión del deseo que no sentía.

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